Plenos catastrofistas
Si a algún barcelonés de a pie se le ocurre un día acudir a un pleno municipal es mejor que vaya preparado y se tome un reconstituyente antes de entrar porque no va encontrar ningún motivo para continuar viviendo en Barcelona. Escuchará discursos catastrofistas sobre el turismo, la movilidad, la vivienda, la economía, el medio ambiente... que le harán pensar que vive en una ciudad inhabitable, en la que cualquier iniciativa, por muy buena que sea, puede devenir en un desastre para sus conciudadanos. Hasta la llegada del metro a la Marina de la Zona Franca, que hace años que lo reclama, es síntoma de preocupación por las posibles consecuencias gentrificadoras que pueda ocasionar si se acaban construyendo hoteles en el barrio de al lado.
El amplio abanico de colores que ahora se sienta en las bancadas del pleno ha extremado las alocuciones de algunos ediles. Puede ser una actitud habitual entre la oposición que busca desgastar al ejecutivo local, pero inédita en el equipo de gobierno cuando describe una ciudad que está ahora mucho peor que en los duros años de la crisis. Y a pesar de que la desigualdad social es uno de los grandes retos que se deben superar, Barcelona tiene solvencia económica –algo de lo que carecen otras ciudades– para hacerle frente. Así lo entienden muchos barceloneses que se mantienen ajenos a esta visión negativa de su ciudad. En la última Encuesta de Servicios Municipal, los ciudadanos puntuaron con un 7,9 sobre 10 su satisfacción de vivir en Barcelona, una nota que deja margen para pensar que muchos ediles están en sintonía con ese 0,3% de entrevistados “cero satisfechos” de residir en la ciudad. Quizás al barcelonés de a pie que acuda un día al pleno le gustaría ver cómo se dejan atrás los discursos apocalípticos para dar paso a un modelo de ciudad ilusionante que armonice los intereses de todos, vecinos, visitantes y agentes económicos, sin menoscabar a nadie.