La Vanguardia

Inteligenc­ia emocional

- Juan Bautista Martínez

Toni Nadal decía esta semana que hay muchos jóvenes que le pegan de cine a la bola, pero que les falta un factor fundamenta­l para dar el gran salto en la selva del circuito: la inteligenc­ia emocional. Desde chavales juegan y se forman como si ya fueran profesiona­les, pero todas las estadístic­as y los estudios se derriten cuando llega el momento de afrontar una pelota clave. En ese instante se requiere algo más que técnica o potencia. Cuando entra en juego la cabeza suele sobrevivir el más fuerte. Es lo que sucede cuando Rafa Nadal se encuentra en plenitud de condicione­s, cuando no le duele una rodilla o una muñeca. Entonces acostumbra a resistir un punto más que su adversario, por enconado que sea. En esa arena de gladiadore­s el balear sale a flote y pone sobre el tapete todo el trabajo de más de una década. Frente a un rival que rozó la perfección como Dimitrov, Nadal fue el dueño de la última bola para reencontra­rse con uno de los episodios más fascinante­s de la historia del deporte: su libro de partidos contra Federer. Es como si años después de haber degustado una serie de televisión de culto que ha agotado sus múltiples temporadas se anunciara un regreso a las pantallas con los mismos actores y una trama actualizad­a. Nadal y Federer es probable que ya no sean los que fueron en el pasado por las cicatrices y el desgaste de tanto tiempo cazando sueños. Pero han vuelto cuando pocos apostaban por ello. En octubre, cuando el mallorquín inauguró en Manacor su academia de tenis, lo hizo con el suizo al lado como invitado de tronío. Ese día el helvético le espetó: “Eres el jugador que más me ha influido y me ha inspirado en mi carrera”. De lujo.

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