La Vanguardia

“Yo, gay, siempre fui fiel a la promesa del celibato”

Nací en Polonia y vivo en Barcelona con Eduard, mi pareja. Un político cristiano debe defender los derechos de las minorías: eso es defender los derechos de todos. Las diferencia­s son divinas; la uniformida­d es algo diabólico porque exige la ciega obedien

- IMA SANCHÍS

Era usted un alto cargo del Vaticano. Durante 12 años fui oficial de la Congregaci­ón para la Doctrina de la Fe, después segundo secretario de la Comisión Teológica Internacio­nal.

¿Y a qué se dedica esa comisión?

En teoría es un lugar de discusión de la Iglesia, de debate de las nuevas preguntas que surgen sobre la humanidad, formada por 30 teólogos de todo el mundo, pero en realidad es un lugar para tomar buen café italiano.

¿Era usted un rebelde?

En absoluto. Fue la Congregaci­ón la que me permitió descubrir la actitud que la Iglesia tiene frente a las mujeres y las minorías sexuales.

¿Su rebeldía ha sido un proceso gradual?

Como hombre de fe estaba convencido de que en la Iglesia encontrarí­a toda la verdad, que era suficiente servirla en obediencia, sin muchas preguntas.

No ha sido ese su camino.

La experienci­a de años en el Vaticano supuso para mí una verdadera evolución de descubrimi­ento de a cuántas cosas, a cuántas injusticia­s y a cuántas no verdades servimos nosotros.

¿A qué se refiere?

A la presunción de tener la razón y de ser la única verdad absoluta que imponemos por todos nuestros canales. La verdad no es propiedad de nadie, hay que tener el coraje de discutir.

Si se quiere avanzar, es necesario.

Y para mí el punto más frágil es la relación entre la Iglesia y la ciencia, es un espacio de gran sufrimient­o, de continuo contraste. ¿Recuerda el enfrentami­ento de Jesús con los fariseos?

Sí, está en los Evangelios.

Usaban la religión para dominar a los demás, tanto en lo social como en lo político y existencia­l. Ellos fueron los verdaderos enemigos de Jesús, y eso no parece haber cambiado.

En el 2005 el papa Benedicto dictó una ley que impone a obispos y rectores de seminarios verificar la homosexual­idad. ¿Cómo piensan detectarla?

Hay métodos. Uno de ellos fue condenado por la Comisión de Tortura de la ONU; lo usan en África, es un examen médico, sin base científica, que consiste en el control del ano. El Vaticano apoya las leyes antihomose­xuales en África.

Supongo que esa ley fue motivada por la alarma de los casos de pederastia.

Pero ha habido demasiados casos de abusos en la Iglesia...

Eso está conectado con el celibato. ¿Qué hacen los hombres del clero que no pueden reprimirse?... Usan la propia autoridad sobre los que dependen de ellos: niños, niñas, adolescent­es. Es un terreno fantástico de dominio.

¿Por qué usted, consciente de su homosexual­idad, se metió en la Iglesia?

En ese momento yo pensaba que la homosexual­idad era una enfermedad, una patología, algo de lo que yo tenía que avergonzar­me y la negaba, convencido de que la orientació­n sexual que defiende la ciencia era una patraña.

Explíqueme qué hacía en la Congregaci­ón para la Doctrina de la Fe.

En el transcurso de los siglos la Santa Inquisició­n, una organizaci­ón criminal, ha cambiado de nombre, pero no se ha cambiado a sí misma.

Describe su trabajo como el de un agente del KGB.

Mi trabajo cotidiano no era otro que buscar y perseguir a profesores en EE.UU., a teólogos en Filipinas, a sacerdotes que atendían a personas enfermas de sida en África. Perseguíam­os a los católicos que llevaban adelante la evolución del pensamient­o católico, y sin escucharlo­s.

Apunta en su libro que el clero está lleno de homosexual­es.

Desde mi experienci­a personal puedo afirmar que el número de homosexual­es es, porcentual­mente, mucho más alto que el tanto por ciento de la sociedad. Y nos enseñan a odiar la propia orientació­n sexual, convirtién­donos así en los más homófobos. Gracias a Dios, la sociedad está cambiando, pero no la Iglesia.

¿Usted también era homófobo?

Sí, hasta que comprendí que Dios y Darwin eran compatible­s y me confronté con el modelo científico. Y también conocí la experienci­a de muchos gais del clero cuyo consejo fue: “Haz lo que quieras, pero mantén las formas”.

¿Lo hizo?

No. Yo, gay, siempre fui fiel a la promesa del celibato. Considero que quien aconseja guardar las formas tiene una gran responsabi­lidad en la homofobia de la Iglesia y que tiene el deber moral de salir del armario y de exigir a la institució­n que empiece a tratar seriamente este tema.

El papa Francisco lo intentó.

Sí, y yo lo admiro, pero finalmente firmó un documento que dice que, independie­ntemente de que los homosexual­es vivan en el celibato, por el hecho de serlo no pueden ser curas.

Tampoco las mujeres podemos ordenarnos sacerdotes.

Yo también estuve convencido de que había argumentos teológicos para impedirlo, el principal es que Jesús no lo hizo, pero hoy sabemos que eso es falso.

Debió de ser liberador salir del armario.

Sí, al final he realizado mi deseo del principio: seguir la verdad, y se lo he dicho a mi Iglesia. He salido del armario. No soy yo quien necesita conversión, es la Iglesia la que la necesita.

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KIM MANRESA

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