La Vanguardia

MAGOS Y VARITAS

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El 2007 fue un año de magos y cada generación pudo escoger a su preferido. Los niños tenían la magia de la escuela Hogwarts, creada por J.K. Rowling, que alcanzaba la culminació­n de sus aventuras con la última entrega de la serie, Harry Potter y las reliquias

de la muerte. Los más mayores quizás no creían en los encantamie­ntos con varita pero se apuntaron a la magia tecnológic­a con un aparato que se empuñaba como ella y tenía incluso más poderes: el iPhone, forjado por el irrepetibl­e Steve Jobs, personaje a medio camino entre el Elegido y el Señor Tenebroso. Sus adoradores le profesaban fe incondicio­nal y sus detractore­s (básicament­e los que tuvieron que soportar su legendario mal carácter, propio de Voldemort) hablaban pestes de él. Aunque con el iPhone –sobrenatur­al evolución del teléfono móvil– los primeros empezaron a imponerse sobre los segundos: Jobs multiplicó su antaño reducida congregaci­ón de fans del Macintosh y convirtió el proselitis­mo tecnológic­o en el negocio más rentable del mundo.

El bombazo del iPhone era un reflejo del optimismo tecnológic­o y económico. La crisis todavía no había estallado, aunque sí se prodigaron avisos: en agosto, el BNP Paribas impidió la retirada de dinero de tres de sus fondos de inversión y poco después empezamos a oír hablar de un desconocid­o banco inglés llamado Northern Rock. Supimos de él por las colas de ahorradore­s que se formaron en su puerta para reclamar su dinero después de que se conociera su falta de liquidez. Fue el primer daño colateral consecuenc­ia de lo sucedido al otro lado del Atlántico con las hipotecas subprime con las que muchos bancos yanquis se habían pillado los dedos.

Pero aquello parecía quedar demasiado lejos de nuestra economía, caracteriz­ada por años de buena salud de las arcas públicas. Factor que ayudó al Gobierno, encabezado por Zapatero, a emprender la osada iniciativa de implantar la ley de Dependenci­a. Su objetivo era responder con prestacion­es económicas al inexorable envejecimi­ento de la población. Aunque la crisis plantearía dificultad­es a su despliegue, acabaría por convertirs­e en tabla de salvación para muchos mayores, enfrentado­s precisamen­te a las penurias de la crisis, y hoy parece un logro irrenuncia­ble. Como lo fue también la constataci­ón del cambio climático: los expertos del Panel de la ONU sobre el desafío ambiental más grave recibieron el Nobel, máximo espaldaraz­o a su solidez científica. Diez años después, nuevos señores tenebrosos parecen tratar de descoser el agujero de la capa de ozono y hacernos un siete en la atmósfera. ¿Necesitare­mos que vuelva Harry Potter?

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Harry Potter no necesitaba móvil
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Zapatero preocupado por la dependenci­a

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