Una carrera de fondo
Dicen que Melania Trump está triste. ¿Será por los desaires de su marido? Destaca aquí una escena de la toma de posesión de Donald como presidente de Estados Unidos: él se baja de un coche y avanza hacia la Casa Blanca para saludar a Barack y Michelle Obama. Melania se queda quince pasos atrás, junto al maletero del vehículo, ante la indiferencia de su esposo. Los diarios han contrapuesto esta actitud a la del matrimonio Obama, cuando hace ocho años hacían lo propio para sustituir al frente del país a George W. y Laura Bush. Obama espera a que su mujer baje del coche y se ponga a su lado. Se cogen de la mano y entonces caminan juntos hasta sus anfitriones, en igualdad de condiciones. El gesto de Donald se inscribiría en la mera mala educación si no fuera por su acreditado historial misógino. Ya saben: “Cuando eres famoso puedes hacer lo que quieras a las mujeres, cogerlas del coño, lo que sea”; “las mujeres son básicamente un objeto bello”; “esta mujer es asquerosa”, etcétera, etcétera, etcétera. Me pregunto qué hubiera pasado si el objetivo de sus insultos y descalificaciones hubieran sido otros colectivos, como los judíos, los negros o los gays. ¿Podría llegar un político a presidir Estados Unidos haciendo comentarios racistas? ¿Y antisemitas? ¿Y homófobos? Seguramente no. En cambio, cuando el objeto de burla es la mujer el exabrupto siempre se relativiza. “Son chascarrillos”, “una broma entre hombres”, “qué exageradas, estas feministas”. Ante esta realidad, en la que el menosprecio a las mujeres no se trata con la gravedad que merece, tranquiliza ver movilizaciones como las de esta semana contra Trump y sus políticas. Ellas fueron las líderes de la protesta. La igualdad de género es una carrera de fondo que todavía no se ha ganado. Sigamos en ello.