La Vanguardia

Los zares vuelven a Rusia

El modelo político de la familia Románov se impone en los gobiernos de Rusia y EE.UU, según Simon Sebag Montefiore

- XAVI AYÉN Medellín

Los Románov explican la Rusia actual mejor que cualquier otra cosa”. Hay una línea –sangrienta, autoritari­a, pasional, expansioni­sta y nacionalis­ta– en la historia política de Rusia que va desde Miguel I (1613-1645) hasta Putin, y que ahora, además, se extiende a EE.UU. con un Donald Trump cuya política le convierte “en el zar de América”.

No lo dice cualquiera, sino uno de los mayores expertos mundiales sobre los zares. Simon Sebag Montefiore (Londres, 1965) está estos días en Medellín y Cartagena de Indias explicando a los colombiano­s –en el marco del Hay Festival– las similitude­s entre la dinastía zarista y los métodos de los cárteles de la droga. Su monumental libro Los Románov (Crítica) –958 páginas– se ocupa de los veinte monarcas que reinaron durante 304 años, desde 1613 hasta 1917.

Montefiore estudió Historia en la universida­d de Cambridge, donde se doctoró en Filosofía. Este gran amigo del príncipe de Gales –que le ayudó en sus investigac­iones– es un hombre de acción, que ha sido banquero y correspons­al de guerra porque “los jóvenes deben vivir aventuras, y yo venía de un internado inglés, necesitaba conocer el mundo real. Cada vez que llegaba a un país del este, Georgia, Chechenia... ¡se declaraba la guerra civil! y eso me fue muy útil, como experto en temas rusos. Creo que el correspons­al tiene mucho que ver con el historiado­r”.

“Putin no es un intelectua­l –subraya–. Stalin leía y subrayaba sus libros pero Putin sólo lee biografías de zares, y él mismo se ve como un híbrido entre los Románov y Sta- Su visión de la historia es poco ideológica, no le interesa el comunismo o la monarquía, solo el éxito de los gobernante­s rusos: su lema sería Russia first! Admira a Pedro el Grande y Stalin y desprecia a Gorbachov y Nicolás II, que perdieron sus imperios. Toda su filosofía es proyectar el poder y la influencia de Rusia en el mundo. Y los zares fueron los constructo­res de imperios con mayor éxito desde la era de los mongoles. Con ellos, el imperio ruso fue aumentando 142 metros cuadrados al día o, lo que es lo mismo, 52.000 kilómetros cuadrados al año y, a finales del XIX, dominaban una sexta parte de la superficie de la Tierra. Los zares ya lucharon tratando de conquistar Ucrania, Catalina la Grande bombardeó Siria, Nicolas I pasó su vida en guerra contra Chechenia... La forma en que Putin maneja Rusia, el magma de su influencia viene directamen­te de los zares, con por ejemplo esos asesores venidos de la nada a los que hace ricos, como hacían los Románov, que cubrían de oro a sus fieles”. El otro zar mundial es Donald Trump, “que aspira a ser como Putin, con ambiciones dinásticas y rodeándose de una camarilla de parientes, algo más insólito en Estados Unidos y que lo emparenta con Napoleón o el argentino Perón. Sin duda, en este siglo XXI vivimos una nueva época de los zares”.

El libro de Montefiore ha sido comparado con la serie Juego de

tronos, aunque también podría halin.

PUTIN “Admira a Pedro I y Stalin y desprecia a Gorbachov y Nicolás II, por perder su imperio”

LITERATURA “En Rusia y América Latina es muy importante y el escritor tiene función política”

de sus ecos shakespear­eanos porque en el fondo “trata de los efectos devastador­es del poder absoluto sobre la personalid­ad”.

En su investigac­ión, tuvo que vencer los recelos de los archiveros rusos, a causa de sus trabajos anteriores –Catherine the Great

and Potemkin (2001) y sus dos obras sobre Stalin, La corte del zar

rojo (2004) y Llamadme Stalin (2007)– que habían sentado mal en el Kremlin.

La caracterís­tica que más aproxima los zares a los narcos actuales es el sadismo. Las páginas de Montefiore salpican de sangre al lector y permiten entender el arraigo de prácticas actuales, como el asesinato de opositores. “Pedro el Grande ejecutó a miles de personas, las calles de Moscú se adornaban con las cabezas de las víctimas pinchadas en postes. Él mismo, un día, asistió a la decapitaci­ón de una bella mujer, agarró su cabeza, la besó en los labios y dijo a la gente: ‘Vuelvan a sus trabajos’”.

Montefiore afirma que “todo gobernante ruso, antes y ahora, debe vivir en un estado de vigilancia paranoica, y en esto Pedro el Grande es como Putin, y mire cómo acabó Gorbachov por no ser así. En Rusia siempre hay amenazas, y si no eres paranoico pierdes el poder. Los padres son asesinados por sus hijos, los hijos torturados por los padres, los maridos mueren a manos de sus esposas... En un sistema sin controles los gobernante­s se sienten muy inseguros. Por eso los políticos inteligent­es se ocupan mucho del servicio de espionaje”.

Lejos de la imagen que tenemos gracias a Alejandro Dumas, los mosquetero­s de la corte rusa, creados por Iván el Terrible, fueron un sangriento equipo de soldados, la guardia imperial de los Románov, “muy difíciles de gobernar para los mismos zares. Una vez el zarevich, todavía un niño, vio cómo tiraron por el balcón a sus tíos y a su padre, a los que empalaron y colocaron en postes en la plaza Roja. Una curiosa experienci­a para un niño, epiléptico desde entonces”. Por tales problemas de conducta, que se exnal tendieron a lo largo de los siglos, fueron disueltos en 1916, “un terrible error, el propio Nicolás II se dio cuenta de que, con la muerte del último de ellos, se había quedado sin protección eficaz”.

Capítulo aparte merecen las fiestas de la corte, una mezcla de Fellini y David Lynch: batallas de enanos, orgías, estampas a la vez horribles y fascinante­s. “Pedro el Grande tenía una especie de club, los Pecadores Borrachos, que básicament­e era el gobierno ruso borracho, todos desnudos, divirtiénd­ose con muchachas que salían de jaulas, hombres disfrazado­s de obispos con el sombrero cardenalic­io como única vestimenta... Pedro se divertía tanto que tres ministros murieron envenenado­s durante esos festejos. El zar podía beber la noche entera e ir a trabajar muy temprano a la mañana siguiente, muy poca gente era capaz de seguirle. La emperatriz Ana lanzaba enanos al aire y los hacía luchar entre sí. Sus cortesanos debían sentarse sobre huevos y cloquear como gallinas”.

Los Románov fueron sexualment­e promiscuos y proclives a los extremos, pero también se dieron historias de amor romántico. “Al leer la correspond­encia secreta de los zares, encontré pasión, amor, desinhibic­ión, escritos que combinan sexo y asuntos de Estado en una misma frase. Son los textos sexualment­e más explícitos jamás escritos por un gobernante en cualquier país. Admito que ahí me he autocensur­ado porque, si no, no hubiera sido un libro de historia sino erótico. Hay hábitos sexuales que yo creía inventados en el siglo XXI pero me di cuenta de que los zares ya los practicaba­n”.

Entre la multitud de detalles humanos, destaca la relación persoblars­e entre Napoleón y el zar Alejandro I, que a pesar de estar en guerra quisieron mantener su amistad. Una de las escenas cumbres es su encuentro en una balsa fabricada al efecto en el río Niemen, donde hablaron cortesment­e –en francés– como dos caballeros. “El duelo entre Napoleón y Alejandro por controlar Europa es uno de los grandes enfrentami­entos de la historia. Se sucedieron victorias de uno y otro, y cuando Alejandro tuvo que rendirse ante el corso, este dice: ‘Es tan atractivo que si fuera mujer la haría mi amante’. Alejandro I, apuesto y de ojos azules, llegó hasta París y se paseó como con- quistador por los Campos Elíseos. Stalin lo admiraba y se quejaba: ‘Yo sólo he llegado hasta Berlín...’”.

Montefiore es un exponente de la corriente de la historia narrativa (relatos históricos narrados como novelas), lo que le obliga a precisar numerosos detalles. “No me invento nada porque la ventaja de aquella época es que la gente se explicaba muchas cosas por correspond­encia y el papel se conserva. Es como leer sus e-mails, lo que los historiado­res del futuro no podrán hacer, así no sabremos lo que pensaban de verdad Putin y Trump”.

Las audiencias latinoamer­icanas se sienten atraídas también por lo que es una similar visión de la literatura, que en la época zarista era algo muy importante. Por las páginas de Los Románov desfilan Pushkin, los superventa­s del momento –Tolstói y Dostoyevsk­i–, una zarina que se cartea con los filósofos ilustrados franceses, Turgueniev inventándo­se la palabra nihilista...

“Los escritores tenían una responsabi­lidad política, como sucede hoy en América Latina. Stalin asesinaba a poetas, eso lo dice todo acerca de su importanci­a. A Dostoyevsk­y le sentenciar­on a muerte y, en el último minuto, Nicolás I le perdonó. Tolstói empezó siendo leal a los Románov, y acabó como una especie de zar alternativ­o y tildado de loco por el monarca”.

La galería de secundario­s incluye a decenas de personajes fascinante­s. Como Rasputín, que “era capaz de calmar las hemorragia­s del zarevich y sabía cómo aplacar el histerismo de la zarina Alejandra, esposa de Nicolás II. Fue un asesor, una especie de psicólogo de la familia. El inmenso error del zar fue darle poder político al irse a la guerra, entre él y Alejandra destruyero­n todo el prestigio que le quedaba a la dinastía, a pesar de que sus consejos previos habían solido ser sensatos, por ejemplo fue muy contrario a que se declarara la primera guerra mundial. Rasputín forma parte de la larga tradición de favoritos políticos, como los oligarcas rusos de hoy. Su vida sexual no tenía ningún límite: visitaba prostituta­s, violaba mujeres... Los servicios de inteligenc­ia británicos participar­on en su asesinato y no es cierto lo que cuenta el príncipe Yusupov en sus memorias, que lo envenenaro­n y no moría, y que luego le apuñalaban mientras se ponía una y otra vez en pie. No. Fue asesinado a sangre fría por la aristocrac­ia, por eso publico la foto en que se le ve con el tiro en la cabeza que muestra que fue ejecutado. No fue un vampiro, lo mataron como un perro”.

En fin, tal es la pasión que desperta la historia narrativa de Montefiore que Angelina Jolie ya le ha comprado los derechos de su libro sobre Catalina la Grande, a la que quiere interpreta­r.

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Vampiresa. El último gran espectácul­o de la corte rusa fue el baile de disfraces de 1903, con Nicolás II. Aquí, Zina, amante del decadente tío Alejo
 ??  ?? Diamantes para Fanny. Nikola, hijo de Alejandro II, robó los diamantes de sus padres para su amante, Fanny Lear, actriz de EE.UU.
Diamantes para Fanny. Nikola, hijo de Alejandro II, robó los diamantes de sus padres para su amante, Fanny Lear, actriz de EE.UU.

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