La Vanguardia

Murallas para el martín pescador

Texas, con sólo 177 km vallados de los 1.900 de su frontera, se perfila como opción para el nuevo muro Miles de ornitólogo­s llegan en invierno para ver águilas, martines pescadores y urracas “Es un mal mensaje a los mexicanos que vienen de Monterrey para

- ANDY ROBINSON Río Grande City Enviado especial

¿Dónde se empezará a construir la gran muralla de Donald Trump? Nadie lo sabe. Ni tan siquiera el flamante presidente de Estados Unidos. La orden ejecutiva firmada el pasado miércoles se limita a hablar de una “barrera infranquea­ble” entre EE.UU y México sin decir ni con qué presupuest­o ni en qué lugar.

Pero hay muchos motivos para pensar que el primer –quizás el único– tramo del muro se va a construir aquí, en el valle del Río Grande, que baja, verde y caudaloso en el mes de enero, por el sur de Texas hacia su desembocad­ura en el golfo de México.

Quizás la barrera de hormigón de hasta 13 metros se levantará en Roma, un pequeño pueblo fundado a mediados del siglo XVII por el español José de Escandón, donde taparía la vista para los miles de ornitólogo­s que vienen en invierno para contemplar los martines pescadores, águilas pescadoras o las urracas que, al atardecer, sobrevuela­n la frontera ya en vías de militariza­ción en espectacul­ares bandadas negras.

O tal vez se construirá en Los Ebanos, donde el viejo ferry transporta tres o cuatro coches cada hora de un lado de la frontera a otro mediante una cuerda atada a ambas orillas. O en Río Grande City, al lado del puente internacio­nal donde ni los agentes de la patrulla fronteriza –encantados eso sí con el nuevo plan de añadir 5.000 agentes a los 20.000 que recorren la frontera– ven el sentido del muro. “¿Un muro aquí? Ni idea. Seremos los último en enterarnos”, se lamenta una agente.

El muro creará también un elevado peligro de inundacion­es ya que para el imprevisib­le Río Grande un muro no deja de ser un dique. Si sólo se construye en la orilla estadounid­ense, las poblacione­s más expuestas serán los municipios mexicanos como Miguel Alemán y Camargo o incluso Reynosa, ciudad gemela de McAllen, la ciudad más grande del valle. La advertenci­a puede leerse en una placa de bronce justo después de cruzar a México en el puente fronterizo de Río Grande City: “En agradecimi­ento por el apoyo prestado a las víctimas de las inundacion­es tras el Huracán Beulah, septiembre 1967”

Cuesta encontrar a alguien en el sur de Texas que vea el sentido de construir un muro... Ya no se utiliza el término espaldas mojadas para referirse a los indocument­ados porque muy pocos cruzan el río a nado. “La gente aquí no está opuesta a la seguridad fronteriza pero un muro no serviría y además da un mensaje muy equivocado a los muchos mexicanos que vienen de Monterrey para hacer compras”, dice Jim Darling, alcalde de McAllen. “Los residentes no estamos a favor; ya no vendrán los turistas”, sentencia Elizar Sáenz de 74 años, que barre las hojas cerca de la oficina de turismo de Roma, donde se explica la importanci­a del pasillo de la naturaleza. “Sólo quedan 50 ejemplares del ocelote (un pequeño jaguar) en el sur de Texas y necesitan estar conectados a la población mexicana”, se informa.

Ni tan siquiera los residentes de las comunidade­s de obreros jubilados procedente­s del cinturón oxidado del norte parecen querer un muro. “Nosotros pescamos en el pantano y a veces cruzamos al lado mexicano; ¿cómo se va a construir un muro aquí? ¿Y por qué? Los mexicanos donde vivo yo trabajan en los mataderos, nadie más quiere”, dice Beef Arnold, de 75 años, ingeniero químico jubilado de Iowa, que pasa los inviernos en Texas. Según los últimos sondeos de Pew Research, sólo el 37% de los estadounid­enses quiere un muro, cinco puntos menos que antes de la campaña electoral.

Nadie le ve el sentido, pero el muro debe construirs­e. “Si Trump quiere presentars­e a la reelección en el 2020, tendrá que construir una parte del muro ya”, dice David Jones, analista de la Universida­d Rice en Houston. “Bastarán 30 o 50 kilómetros y lo hará donde ocasione menos problemas con los propietari­os, porque quitar tierra a un ranchero no quedará nada bien en la tele. Así que podría ser San Diego, pero lo más probable es el sur de Texas.

Texas tiene una ventaja sobre Nueva México, Arizona y California, los otros estados fronterizo­s. Sólo hay vallas o barreras en 177 kilómetros de la frontera texana, que mide 1.900 kilómetros. En cambio, hay 1.000 kilómetros de muro en el resto de la frontera (1.300 kilómetros). Durante la presidenci­a de Roosevelt, Texas no se atrevió a nacionaliz­ar la franja de 18 metros en la frontera tal y como se hizo en otros estados fronterizo­s, porque había más población y más derechos de propiedad. Eso aún dificulta la construcci­ón de barreras en otras partes de la frontera de Texas.

Pero en esos municipios del valle del Río Grande el asunto ya está arreglado. Tras aprobarse la ley de Fronteras Seguras en el 2006, se realizaron los preparativ­os y la compra forzosa de tierras entre Los Ebanos y Roma. Entonces, la construcci­ón tuvo que suspenders­e porque la Comisión Internacio­nal de Límites de Agua, organismo binacional que regula la gestión de los ríos fronterizo­s, advirtió del grave peligro de inundacion­es en la orilla mexicana. Pero este último escollo acaba de ser allanado también. “Washington ha impuesto su criterio y pueden seguir adelante pese al riesgo de un desastre”, dice Scott Nicol, que analiza la frontera para el grupo de defensa medioambie­ntal Sierra Club. “Es como si les dijeran a los mexicanos: ‘Vale, no os gusta. ¿Y qué vais a hacer?’”.

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JOHN MOORE / AFP Un vehículo de la Patrulla Fronteriza de EE.UU. recorre la frontera vallada cerca de McAllen, en Texas
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