El protocolo
En 1965 traje por primera vez a Barcelona al gran cantautor Atahualpa Yupanqui, una de las mayores figuras de la canción argentina. Poeta, cantante, autor y compositor de obras tan emblemáticas como El arriero, Los ejes de mi carreta o El caminito del indio. La actuación de Yupanqui se programó en el teatro Romea. Como podrán imaginar las entradas se agotaron nada más salir a la venta y el éxito fue rotundo.
El viejo indio salió a escena impecable, enfundado en su esmoquin azul marino y con la guitarra encordada al revés puesto que era zurdo. Comenzó a desgranar su repertorio, sin duda el mejor del folklore argentino, explicando al público el momento y el porqué de sus composiciones. Cuando cerró con Los ejes de mi carreta, el teatro se vino abajo, los aplausos atronaron incesantes y a petición de un público entusiasmado hizo seis bises de cortina tras saludar en las candilejas otras tantas veces.
Al acabar la actuación, la gente hizo cola para saludar al artista, felicitarlo y pedirle una foto firmada. Yo procuraba poner orden entre todo aquel alborozo. En esos trajines andaba cuando me llamo la atención una muchacha con un pelo a rastas, tejanos rotos, tatuaje en el cuello y varias anillas en las orejas. La cola fue avanzando mientras Atahualpa firmaba apoyado en la mesa de maquillaje. Súbitamente llegó la susodicha y antes de pedirle la firma le dijo al maestro:
–El recital ha sido fabuloso, pero ¿me permite que le haga una pregunta particular? –Cómo no, mi hija. –Con lo maravillosas que son sus composiciones, ¿por qué va vestido así?
El viejo indio ajustó la mirada y sus ojos se hicieron dos líneas.
–Por respeto a usted, mi niña, cosa que por lo visto no tiene usted por mí.
Se me ocurre esto al hilo de ver en el Parlamento a nuestros ilustres representantes vestidos como si fueran de pícnic; desde luego no voy a pedir que vayan de chaqué pero sí que me gustaría que los señores diputados, a los que pagamos el sueldo, vayan a su trabajo acordemente vestidos, conscientes de que nos representan a todos. Ya no les pido ni siquiera corbata pero sí un pantalón, una americana y una camisa, y eso debía marcarlo el protocolo porque, cuando se pierden las formas y el respeto a las instituciones, todo el edificio tan trabajosamente construido puede irse a hacer puñetas.