La lavadora de Walid
La casa de un matrimonio sirio del Raval es tan pequeña que los electrodomésticos convencionales no pasan por la puerta
La familia ha tardado un mes en reunir los 70 euros necesarios para otro modelo que cupiera por el pasillo
Walid y su esposa Houda, que llegaron a Europa huyendo de la barbarie de Siria, son dos de las 3.000 personas que no tienen hogar en Barcelona. No están entre los más desheredados, esas 941 personas que duermen en la calle, ni podrían estarlo con un hijo de dos años y otro de cinco. Pero sí son dos de las 2.100 personas sin hogar que malviven en infraviviendas o refugios de fortuna. Es una verdad universalmente reconocida que tener un techo no es lo mismo que tener un hogar.
La casa del Raval en la que viven desde hace cuatro años, y en la que han recibido la visita del president de la Generalitat, Carles Puigdemont, es una habitación de menos de 20 m2 y con una alfombra. Nada más. Ni una silla. Sólo una alfombra, que la familia nunca pisa con zapatos, una minúscula cocina y un pequeño armario donde guardan las mantas y los cojines. También tienen dos habitáculos en los que hay que entrar de perfil: uno para el inodoro y otro para la ducha, donde Walid ha de agacharse.
¿Puede una lavadora ser la metáfora perfecta de la diáspora siria? ¿Del quiero y no puedo de la UE? ¿O de su puedo y no quiero?
Hace un mes los servicios sociales les entregaron 329 euros para que se compraran una lavadora en un local de la cadena Miró de la ronda Sant Antoni. Era un modelo Daewoo, de 60 centímetros de ancho y 85 de alto. La alegría se transformó en desesperación el 12 de diciembre, cuando se la trajeron. No cabía por el pasillo, de 57 centímetros de ancho.
¿De qué sirve una lavadora con un pasillo tan estrecho? ¿De qué sirve clamar por la llegada de más refugiados si luego van a vivir en estas condiciones? Para tratar de responder a estas preguntas y ayudar a los refugiados que aún no hayan alcanzado la plena autonomía, la Generalitat acaba de impulsar un plan de acogida que pone el acento en la figura de los mentores, o voluntarios que ayudarán a los recién llegados al menos durante un año.
Walid y Houda tardaron un mes y 12 días en reunir 70 euros para poder comprar otra lavadora, una Otsein, más estrecha, pero un poco más cara. La tienen en su habitación desde el martes. Saben que no pueden quejarse porque una lavadora y una habitación de 20 m2 son un lujo palaciego para los 941 sintecho de Barcelona. Pero necesitan un piso de al menos dos habitaciones. En la escuela Pia, donde estudia el mayor de sus hijos, les han dicho que el niño llega a clase con sueño. Toda la familia duerme en el suelo, sobre la alfombra, con mantas. Durante unos días sólo tuvieron una bombona de camping gas para calentar la comida.
Muchas personas critican a los refugiados. Pero su acogida no es opcional, sino una medida impuesta –además de por la solidaridad y la humanidad– por los acuerdos con la UE y por las leyes y convenios internacionales suscritos por España. Algunos dicen que los refugiados son inmigrantes económicos. Walid y Houda sueñan con regresar a su país, como otros sirios del Raval, donde puede haber ya unos 150, según la comunidad de Sant’Egidio. Los voluntarios de esta entidad altruista hacen desde hace años lo que quiere impulsar ahora el plan de integración de la Generalitat.
El matrimonio vivía en la parte antigua de Homs. Tenían una casa de 200 m2. Hace unas semanas recibieron un vídeo por WhatsApp que muestra su estado actual. Paredes destrozadas, techos hundidos, agujeros de balazos y morteros... Walid, que tenía un buen empleo en Siria, quiere trabajar de lo que sea. Vigilante, pintor, traductor, mozo de almacén, chatarrero. Se ha apuntado al programa Feina amb cor, de Cáritas. Sobrevive gracias a la familia, las oenegés y chapuzas por las que recibe pequeñas sumas de dinero en negro. Paga 300 euros por la habitación. Podría intentar pagar más por otra más grande, pero no la encuentra o la encuentra y no se la alquilan cuando lo delata su acento. ¿Qué será de nosotros”, se preguntaban Walid y Houda el martes, cuando pusieron la primera colada y vieron el tambor de la lavadora dar vueltas. Y vueltas. Y vueltas. Y...