Escaleras libres o tuteladas
Roma debate si la famosa escalinata de la plaza de España, recién restaurada, debe cerrarse de noche como protección
La presencia policial en la plaza España, como en otros lugares emblemáticos de Roma, resulta casi agobiante durante estas tranquilas mañanas laborables de enero en las que afloja un poco la invasión turística. Hay casi más agentes de uniforme que visitantes. Y luego están esos letreros –minúsculos– en que se avisa de que, en la escalinata, está prohibido comer, beber, gritar y cantar. “La multa por comer es de 50 euros –aclara una policía–. Y le aseguro que, si no la pagan en efectivo, nos aseguramos de cobrarla, aunque sean extranjeros, a través de su banco”.
La Ciudad Eterna trata de lidiar como puede con ese flujo humano masivo, agudizado por los vuelos de bajo coste desde toda Europa. Las famosas escaleras –construidas entre 1723 y 1725– fueron restauradas el año pasado gracias al mecenazgo de la firma de lujo Bulgari, uno de esos tesoros italianos que, en los últimos años, han pasado a manos francesas (a la multinacional Louis Vuitton Moët Hennessy), que invirtió 1,5 millones de euros.
Paolo Bulgari, presidente todavía de la célebre marca de joyería y descendiente de los fundadores, propuso hace unos meses que, por motivos de seguridad, se cerrara por la noche la escalinata con unos paneles de flexiglás, para evitar que haya personas que pernocten allí y la ensucien. Bulgari contó con el apoyo del presidente de la asociación de comerciantes de Via Condotti –la cercana calle comercial, la más noble de la ciudad–, Gianni Battistoni, dueño de una legendaria camisería.
La idea del cierre nocturno de las escaleras creó división de opiniones. Intervino, desde las páginas del semanario Oggi, el crítico de arte Vittorio Sgarbi, un personaje muy mediático y polémico. Sgarbi fue más allá y planteó, en tono provocador, que se hiciera pagar una entrada simbólica, de uno o dos euros, por sentarse “es este sagrado lugar”, una ocurrencia que sí originó un rechazo general. Otros expertos en arte, como Emilia Giorgi, recordaron que la riqueza de la ciudad italiana es precisamente su diseño como espacio público para ser disfrutado y compartido. Según Giorgi, convertir el centro de la ciudad en una especie de museo de pago sería una evolución peligrosa, con el riesgo de que patrocinadores privados impusieran su ley sobre el uso público del espacio.
La discusión ha amainado en las últimas semanas, sin que haya una decisión definitiva, pero la sensibilidad ante el problema es alta. “Algunos querrían que la escalinata fuese como una vitrina para exponer el tesoro de la familia, pero eso no puede ser porque pertenece a la ciudad”, comenta a este diario la encargada de una farmacia que está a 20 metros de las escaleras.
Para Roberto, que vende sus acuarelas, desde hace 20 años, en la parte de arriba de las escaleras, frente a la iglesia de la Trinidad dei Monti, “la decisión de cerrarlas de noche sería adecuada, pues antes de la restauración, aquí se encontraba de todo por la mañana; era una alfombra de botellas de cerveza”. “No creo que se deba hablar del turismo en términos de amenaza –puntualiza–. Sería una paradoja. Mejor hablar de tutela de lo que debe ser protegido y que, a lo largo de los siglos, ha hecho de Roma una historia”.
Chiara Bedini, propietaria de Badingtons, un elegante salón de té al pie de las escaleras, fundado por su bisabuela en 1893, piensa que “la escalinata siempre ha sido un lugar público pero, efectivamente, en los últimos tiempos la han maltratado un poco”. “Cerrarla por las noches quizás fuera una buena idea –añade–. Durante el día, no. Eso sería un grave error. Lo importante es hacer entender a quien visita la plaza que es un monumento y no un lugar para sentarse, comer y dejar basura”.
La policía multa con 50 euros a quienes se sienten a comer en el icónico monumento, construido en el siglo XVIII