Dejen en paz a la Fira
Antes de entrar en materia, una consideración previa: vaya por delante mi alergia hacia los uniformes de todo tipo, una afectación que atribuyo a la percepción de haber desperdiciado de manera absurda catorce preciosos meses de mi vida en un desierto del sur de España, obligado a disfrazarme de soldado y a pasar noches en vela custodiando pistas americanas y árboles de ahorcados. Hecha esta aclaración, la polémica guadianesca que se ha reavivado esta semana en torno a la participación del ejército en la próxima edición del Saló de l’Ensenyament me parece un globo maliciosamente hinchado y la enésima demostración del pánico que provoca Ada Colau a todo aquel político con aspiraciones de optar a una posición hegemónica en la Catalunya del futuro.
En la sesión de control en el Parlament, interpelado por la CUP, el president de la Generalitat trató de sacudirse toda responsabilidad de la presencia de las fuerzas armadas en el salón que organiza Fira de Barcelona. Carles Puigdemont recordó que es la alcaldesa y no él quien preside el consejo general de esta institución. Una verdad como un templo que sería todavía mayor si no hubiera obviado que su conseller de Empresa es el vicepresidente de la entidad.
También es cierto que el president hizo llegar una carta a la Fira informándole de la resolución en la que la mayoría del Parlament rechazaba esa participación de los militares en un salón dedicado a la formación de las jóvenes generaciones. Curiosamente, el mismo gesto que hizo la alcaldesa cuando trasladó a la Fira idéntico sentimiento del Ayuntamiento de Barcelona. La sugerencia, la insinuación de que Colau pueda tener algún interés en mantener la presencia de los uniformes en un certamen que se celebra en su ciudad no resulta convincente para nadie que conozca mínimamente la trayectoria y el pensamiento de la alcaldesa.
Pero en este incidente de salón hay algo mucho más preocupante. Lo que comenzó como un intento de calmar a la fiera cupera y, de rebote, acabó convirtiéndose en una tentativa de erosión de esa amenaza siempre latente llamada Ada Colau, puede reabrir una vía que parecía afortunadamente enterrada desde hace mucho tiempo, la de convertir de nuevo la Fira, una institución gestionada de forma excelente desde que se dotó de una dirección cien por cien empresarial, en campo de estériles batallitas políticas.
Podrá discutirse si el ejército y todas las policías (la local, la catalana y la española) pintan algo en el Festival de la Infància, del que fueron excluidos en la última edición. Personalmente, creo que no. Pero, del mismo modo, entiendo que está justificado que una institución que puede presentar una oferta formativa no necesariamente vinculada al uso de las armas instale su stand en el Saló de l’Ensenyament.
Dejen en paz a la Fira. Políticos de todo signo, manténgase alejados de una máquina que funciona perfectamente desde el día en que ustedes dejaron de manipularla.
Sería deseable que los políticos no volvieran a convertir una institución que funciona en campo de sus batallitas