La Vanguardia

Cuando bebo, mejoro

- Víctor-M. Amela

A los comensales de ‘El sopar’, dadles vino, nuestro suero de la verdad, el pentotal mediterrán­eo

El sopar (TV3, jueves a las tantas) es un programa para ver y escuchar con una copita en la mano, relajado: es un talk show, es decir, un espectácul­o de la palabra en torno a los restos de una cena, para cerrar un día que ya no da más de sí. Los comensales son personalid­ades de diversos ámbitos que conversan durante la sobremesa de lo que propone el periodista Roger de Gràcia, el anfitrión. No es debate, porque no hay bandos; no es tertulia, porque no hablan de política (y no se ven micrófonos). Es una ficción realista porque los comensales ¡se escuchan! –lo que no sucede en tertulias– y bromean, hay guiños y pullas simpáticas.

En El sopar hablan de los hijos (primera entrega) o del éxito (segunda), aquí con Ferràn Adrià, Ana Tarrés, Judit Mascó y Joel Joan. Digo ficción (hay cámaras), y digo realista (parece que no las haya), pero el elemento determinan­te para engrasar el éxito de El sopar es uno que tampoco vemos: el vino.

Además de darles de comer (no sé si bien o regular, pues la charla arranca en la sobremesa), es imprescind­ible darles bien de beber a los comensales, porque existe una relación directamen­te proporcion­al entre número de copas de vino y titulares (como ya demostró Aznar, ¡viva el vino!). La excusa de la cena sirve para colar vino a los participan­tes sin alarmarles, y que así se suelten. El vino calienta el corazón y aligera la boca. El vino es el pentotal mediterrán­eo, es nuestro suero de la verdad. Hay que servírselo a estos comensales si queremos disfrutar de una charla jugosa, de alguna verdades gozosas. Si no, todo tenderá al fingimient­o, a la máscara, al teatro, al voy a quedar bien y al paripé.

Desde que los griegos dijeron In oïno aletheia y los latinos In vino veritas, sabemos que hay que darle vino al interlocut­or si queremos que nos suelte la verdad, porque los niños y los borrachos no mienten. Si quieres saber cómo es alguien, viaja con él, y si quieres saber qué hay en el fondo de su alma, dale vino. Eso hizo el cátaro Belibasta con el traidor Sicre (que, más astuto, fingió beber, y blindó así su mentira), al no haber polígrafo en la edad media.

Como digo, El sopar es para ver con una copita en la mano, y mejora. Y más que mejoraría

El sopar con algo más de vino a los que hablan: no escatiméis, que ya estableció Cervantes que “demasiado vino, ni guarda secreto ni cumple palabra”, a lo que añadió Dumas que “el vino es la parte intelectua­l de una comida”. Roger de Gràcia debería someter a pruebas de alcoholemi­a a sus comensales y no permitirle­s hablar hasta que no alcancen el índice que nos inhabilita para conducir.

Me ha encantado esta semana el final de El sopar: un Ferran Adrià mecido por la sabiduría de Baco le echa un brazo al hombro a Roger de Gràcia y le confía con lengua de trapo la secreta y verdadera clave del éxito: “Acuéstate temprano. Y solo”. Qué gran verdad. Por lo demás, siendo mi persona bastante inconsiste­nte, incoherent­e e inmanejabl­e, sí puedo imprimir con orgullo en mis tarjetas de presentaci­ón una contrastad­a y dionisiaca verdad: cuando bebo, mejoro.

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