Irrepetible, singular
JOHN HURT (1940-2017) Actor de cine, teatro y televisión
El doblaje nos hurtó demasiadas veces su voz original, modulada en mil matices. Poderosa, sólida voz, llena de ecos y de resonancias. Tan inmensa como pequeño y desvalido podía resultar el mismo John Hurt en persona. Era más bien poca cosa, pero la cámara ignoraba su fragilidad y se quedaba fascinada con sus ojos negros, de un negro intenso, profundos y tristes ojos que dotaban a su personalidad de insondable sabiduría o de la irresistible atracción del abismo, dependiendo del personaje. Diría uno que John Hurt era un hombre bueno.
Ayer falleció el actor británico a consecuencia del cáncer de páncreas anunciado por él mismo en junio del 2015. Tenía 77 años. Hurt, sin embargo, vivirá para siempre a través de sus personajes. Aunque estos, la verdad, solían tener mal final. El cine lo hará inmortal pero eliminaba a sus personajes de la formas más cruel posible: ahorcado, apuñalado, ahogado. Como en Alien el
octavo pasajero, de Ridley Scott, donde una criatura lo atravesaba de dentro a fuera mientras le crujía el pecho, quebrando sus costillas y anegando de sangre todo el cuerpo. Una escena con aire de sacrificio pagano a un dios poderoso que se ha ganado por derecho propio el estatus de icono del cine.
Mal final tenía también el vampiro cansado que interpretó en Only lovers leith alive (2013), de Jim Jarmush, y que el actor fallecido presentó personalmente ese año en Cannes junto al director. Un vampiro que moría envenenado. Lo cierto es que Hurt podía ser cualquiera gracias al maquillaje, que en él no era máscara, era un matiz añadido. La peca en la cara, el lunar, más de sí mismo. Y así encaró Hurt un buen número de papeles singulares en su larga carrera.
Fue el torturado Winston Smith en 1984, la victima propicia de una dictadura absoluta e inmisericorde. Fue, años después, todo lo contrario: el dictador despiadado, en V de Vendetta, agigantado con la ferocidad de un Gran Hermano sacado del pasado, como había sido el loco emperador Calígula en la serie
Yo, Claudio. Podía ser cruel, podía ser víctima...
Podía ser todo lo que quisiera. Fue, también el carismático señor Ollivander un la saga de Harry Potter y encarnó al experto en fenómenos paranormales Trevor Bruttenholm, el mentor del diablo rojo que sería Hellboy (2004). Pero sobre todo fue John Merrick en El hombre elefante, un personaje en el que su verdadero yo se disolvía en la anatomía torturada del protagonista. Un drama sobre un hombre deforme. Un monstruo con un corazón de oro y una dignidad más que humana, uno de los papeles de su vida. Este papel le valió a Hurt la nominación al Oscar en 1981, y el mismo David Lynch, el director del filme, resumió su opinión sobre Hurt con
diáfana contundencia: “John Hurt es el más actor más grande del mundo”, dijo el director al
New York Times.
Jonh Hurt nació en Chesterfield (Gran Bretaña) en 1940. Su padre un sacerdote, su madre ingeniera. Estudio interpretación en Londres, y en los escenarios de la capital británica se hizo un lugar en los sesenta con obras de Pinter, de Stoppart, de Osborne, de los grandes. Hasta que tras unos cuantos y pequeños papeles, el cine lo hizo suyo. Fue como el funcionario homosexual y colorista en The naked civil servant
(1975), basado en las memorias de Quentin Crisp, el alien en Nueva York de la canción de Sting. Aquello ya no tenía vuelta atrás. A partir de entonces John Hurt se especializó en personajes singulares, raros, imprevisibles. Que acababan mal.