Dos fieras enjauladas
Creo recordar que fue en un muelle ferroviario de mercancías, en las afueras de Avinyó, donde Patrice Chéreau presentó, hace ya unos
treinta años, Dans la solitude des
champs de coton, de Koltès, muy poco después de haberse estrenado.
Bastantes años más tarde, el mismo espectáculo se pudo ver en el Mercat de les Flors, de manera que muchos lectores de los que se acercarán al TNC para ver el buen montaje que ha hecho Joan Ollé, podrán comparar el trabajo magnífico de los actores Andreu Benito e Ivan Benet con el que interpretaban Chéreau y su partenaire. Este ven- dría a ser, de hecho, una especie de modelo canónico sobre la manera de abordar el montaje dada la reconocida autoridad que el director y actor tenía sobre la persona y obra del dramaturgo radicalmente marginado que era Koltès (1948-1989), de quien Chéreau fue un padrino fundamental. En la extensa información que este diario publicó (19/ I/2017) quedaba bien explícita la visión que el director tiene de esta obra que enfrenta dos hombres, el de la oscuridad y el de la luz, decía. El vendedor ilegal y a deshoras, y el cliente imprevisto. Desde el principio, el encuentro se articula como un combate que supera, obviamente, el sentido de una operación comercial para convertirse en un juego de metáforas sobre la incomunicación, el deseo sexual, la búsqueda constante, la frustración... con rastros de reflexión filosófica.
A pesar del tiempo transcurrido desde su escritura, En la solitud dels
camps de cotó es un texto que ofrece un gran atractivo entre la joven profesión teatral, que intenta encontrar nuevos caminos para representarlo y entenderlo. En las previas del estreno del TNC, el amigo YouTube, siempre generoso, me regaló una versión íntegra de la obra, registrada en el 2012 y realizada en portugués –Portugal fue el país predilecto de Koltès– con un actor y la actriz Carla Martin’s. Y sin ir más lejos, el año pasado se pudo ver en
Les Bouffes du Nord una versión interpretada por dos actrices. Para el Nacional, de todos modos, Ollé se ha decantado por la versión de los dos actores, tal como la pensó Koltès, con resultados, creo yo, encomiables. Y es que con su regateo atormentado y obsesivo, Benito y Benet a menudo se convierten en dos fieras enjauladas y en sus miradas y en sus palabras enigmáticas, en unos movimientos perfectamente calculados, se puede ver en todo momento una magistral lección interpretativa.