La Vanguardia

Ella vendrá

- Carlos Zanón

Después de diez días vagando por el aeropuerto chino de Changsha, sin apenas comer ni dormir, un hombre fue ingresado por problemas en corazón y riñones. El tipo es holandés. Se llama Alexander y tiene 41 años. Si en cualquiera de sus redes sociales tienen a alguien así, desháganse de inmediato de él. Es un ataque letal a la inteligenc­ia. Es una bomba romántica. Es ridículo, es patético, es implacable con el sentido común.

¿Qué hacía Alexander Pieter Cirk a 8.600 kilómetros de su casa, en Amsterdam? Buena pregunta. Nuestro hombre andaba enamorado. Desde hacía un par de meses mantenía contacto con una mujer china a través de una web para relaciones. El contacto era diario. La mujer se llamaba Zhang. Él supo, después de una dosis ingesta de películas de domingo, sitcoms, libros de Paulo Coelho y chocolatin­as, lo que debía hacer. Dado que la relación se consolida día a día , nuestro Marco Polo se vino arriba y decidió sorprender a su amada plantándos­e en el aeropuerto de su ciudad. Fotografió unos billetes de avión y sin explicació­n alguna se los envió a Zhang. Ésta sólo leyó números y letras y no entendió nada. Tampoco supo si era una broma o el código encriptado del Museo Van Gogh.

Sin embargo, al parecer, no todos los holandeses son Johan Cruyff. Además de no avisar, explicarlo o preguntar, el tipo, de acuerdo, viajó a esa bella (es de suponer) población china pero ¿por qué a allí? La pregunta tiene sentido ya que Zhang no vive en Changsha sino en la bella (es de suponer también) población de Zhengzhou –a una distancia de 900 kilómetros–. Alexander aterriza y, obviamente, la chica no está esperándol­e. Supone que se retrasará unos minutos, unas horas, días. Le envía mensajes que ella no recibe o no quiere recibir (podíamos pensar que la chica estuviera tratando de entrar con el código encriptado en la sala más secreta del Museo Van Gogh). Pasan los días, y el tipo, que no tiene dinero –se lo ha gastado en los billetes de avión–, no puede salir del aeropuerto. Tampoco sabe adónde iría de poder salir y se alimenta a base de fideos instantáne­os. Y se pasa las horas dando vueltas por el aeropuerto tratando de distinguir en los rasgos de ella y ella o quizás ella a su amada Zhang. Finalmente lo ingresan hecho un asquito. La historia llega a los medios locales y localizan a la chica. Además de no enterarse de la llegada de su ciberligue, vivir a 900 kilómetros, el hecho es que Zhang estaba sometiéndo­se a una operación de cirugía estética (ejem, ejem) y no leyó los mensajes de socorro de su holandés enamorado. Alexander Pieter Cirk hubo de regresar a Amsterdam sin verla y odiando los fideos instantáne­os. Pero no de vacío: desde el hospital pudo hablar por teléfono con Zhang. Dijeron de verse en una próxima ocasión. Él mantuvo el ánimo alto, ajeno a la torpeza y la mala fortuna, indicando que, en cierto modo, “esto ha fortalecid­o nuestra relación”. Por su parte, Zhang, que debería estar tratando de desaparece­r del planeta, ha dicho que su voluntad era continuar la relación. Y luego nos preguntamo­s por lo de Trump.

Nuestro Marco Polo se vino arriba y decidió sorprender a su amada plantándos­e en el aeropuerto de su ciudad

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