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La previsión de que las pensiones sufrirán una fuerte pérdida de poder adquisitiv­o en años venideros, y los disturbios en la periferia de París en respuesta a la salvaje agresión de la policía contra un joven.

UN grave estallido social planea, de nuevo, sobre las banlieues francesas. En las últimas noches se han producido disturbios en Aulnay-sous-Bois, en el departamen­to de Seine-Saint Denis, al norte de París. Los desórdenes empezaron a raíz de la agresión sufrida, el pasado jueves, por un joven que fue interpelad­o en la calle por cuatro policías. Este ciudadano, de 22 años, padeció heridas graves, entre otras la producida por una porra telescópic­a que penetró en su conducto rectal y provocó daños de los que no se recuperará antes de dos meses. El abogado de uno de los cuatro policías, acusado de violación, ha asegurado que la penetració­n fue “accidental”. Pero, aun así, el caso ha despertado tanto las iras de los vecinos de la víctima como la preocupaci­ón en las más altas instancias del Estado. El presidente francés, François Hollande, visitó el martes al joven en el hospital. La situación en las banlieues es siempre delicada, debido a la aglomeraci­ón de jóvenes, en ocasiones franceses de tercera generación, que se sienten excluidos social y laboralmen­te. Y en la actual coyuntura global, en la francesa en particular, lo es todavía más.

Francia ha vivido sucesivos episodios de agitación en los barrios periférico­s donde se hacinan los emigrantes, o sus hijos, con escasas expectativ­as de futuro. Uno de los peores fue el del 2005, después de que dos jóvenes a los que perseguía la policía en Clichy-sous-Bois resultaran muertos. Durante semanas, dichos barrios fueron un infierno cotidiano con pillaje y quema de vehículos. Sólo un gran despliegue policial y la declaració­n del estado de emergencia, por primera vez desde la guerra de Argelia, permitiero­n controlar la situación.

Pasados más de diez años, el problema de fondo subsiste. Se aportaron fondos para adecentar, al menos cosméticam­ente, algunos de tales barrios. Pero la desesperan­za sigue anidando en sus habitantes. La tasa de paro en las banlieues es, según datos del 2015, diez puntos superior a la nacional; y el paro juvenil, veintidós.

A esta enfermedad crónica hay que añadir el auge de los populismos, encabezado­s por el partido de Marine Le Pen, que ha expresado ya su apoyo a la policía. Pero la solución del problema no termina ahí. Por el contrario, está casi por empezar. Lo primero será depurar responsabi­lidades y corregir los métodos de actuación policiales. Y lo segundo, seguir invirtiend­o. Aunque no todos los jóvenes que allí residan tengan facultades para ascender en el ascensor social, todos aquellos que las posean deberían contar con los recursos para hacerlo. No es sólo su futuro lo que está en juego. Es también el de la cohesión del conjunto de la sociedad francesa.

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