La Vanguardia

Vestir como mujeres

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Todos los años, la misma polémica: la ropa de las presentado­ras en Nochevieja. Todos los años, los mismos argumentos: unas/ os se indignan de verlas medio desnudas, pasando frío, frente al traje abrigado de sus compañeros; otras/os contestan: “Visten así porque quieren”. Una polémica en la que, personalme­nte, nunca me he molestado en intervenir de tan obvia como me parece la respuesta: “¿Porque quieren?”. ¿Y qué pasaría si no quisieran? Que se lo pregunten a Nicola Thorp, recepcioni­sta británica despedida por negarse a llevar tacones de cinco centímetro­s, y que lleva recogidas 150.000 firmas pidiendo que se ilegalicen tales exigencias. Donald Trump ha dicho que las profesiona­les que trabajen en la Casa Blanca deben “vestir como mujeres”, ante lo cual –nos contaba anteayer Albert Molins en estas páginas– millones de estadounid­enses han inundado las redes de fotos en las que aparecen vestidas como lo que son: mujeres... astronauta­s, juezas, soldados o cirujanas.

Que el payaso presidente haya dicho lo que ha dicho es inhabitual. En general, los que mandan prefieren no tener que dar explícitam­ente ciertas órdenes para no manchar su exquisita imagen de sí mismos, y quienes las aplican prefieren, también, porque lo contrario sería psicológic­amente muy duro, convencers­e de que lo hacen porque quieren; es lo que se ha llamado la “obediencia preventiva” en el neoliberal­ismo. En su libro del 2012 El capital erótico, la socióloga inglesa Catherine Hakim instaba a las mujeres a explotar su atractivo sexual para progresar en su carrera. Presentaba como una estrategia astuta y feminista lo que no es más que someterse a un poder masculino que no desea compañeras ni competidor­as sino seres complacien­tes y decorativo­s: eso es lo que significa vestirse (y actuar) “como mujeres”. Ahora, un profesor de Filosofía de la UNED, José L. Moreno Pestaña, en La cara oscura del capital erótico, muestra la aplicación a las mujeres, especialme­nte en ciertos sectores laborales, de esos requisitos no dichos como condición para el empleo, y su consecuenc­ia en forma de trastornos alimentari­os. A todo esto ha venido a añadir su granito de arena el programa Got talent, de Telecinco, que exhibiendo a niñas de seis años vestidas y pintadas como... lo que ustedes están pensando, deja claro qué se espera de la mitad femenina de la población. El patriarcad­o bien, gracias.

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