La Vanguardia

Presidente Bannon

- Manuel Castells

El día en que miles de pasajeros de países musulmanes eran detenidos en los aeropuerto­s de Estados Unidos y miles de ciudadanos se manifestab­an en contra de la prohibició­n de Trump, un trending topic irrumpía en Twitter: #stoppresid­entbannon.

La percepción era correcta. Steve Bannon, consejero estratégic­o del presidente, fue quien redactó la orden de negar el acceso al país a 140 millones de personas. Según filtración desde críticos internos del Gobierno Trump, Bannon ni siquiera consultó con el secretario de Defensa o el secretario de la Seguridad Interior, que se enteró de la orden por la televisión. Según la Casa Blanca por razones de seguridad para evitar que los terrorista­s que volaban a Estados Unidos estuvieran avisados. O sea que Bannon podía saber lo que el Pentágono o Seguridad Interior no debían saber por seguridad. No cabe mejor indicador del poder de Bannon. Un poder manifestad­o en su nombramien­to como miembro principal del Consejo de Seguridad Nacional, mientras se excluían como miembros al jefe del Estado Mayor y al director de la Inteligenc­ia Nacional. Fue Bannon el que dirigió la campaña de Trump contra Clinton, poniendo en práctica todas las estrategia­s que llevaba tiempo preparando.

La influencia que ganó sobre Trump por su decisivo papel en la campaña la utiliza ahora para acumular poder e iniciativa en la Casa Blanca. Su táctica es avanzar muy deprisa, poniendo en práctica las promesas electorale­s, en particular la anulación del seguro de salud de Obama, la denuncia de los tratados comerciale­s multilater­ales, la presión sobre las empresas estadounid­enses para que no se deslocalic­en a México y la amenaza de aranceles a la importació­n de productos mexicanos a menos que paguen el muro. Ese muro cuya construcci­ón se ha puesto en marcha de forma inmediata, en continuaci­ón con el muro ya existente, de San Diego a Arizona, construido por Bill Clinton. Y, sobre todo, el intento de prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos, hoy parcialmen­te bloqueado por una seria oposición judicial y social.

Porque Bannon cree, como explicó en un guion cinematogr­áfico que escribió, que el Occidente judeocrist­iano está en una guerra implacable con el yihadismo islámico. Guerra que puede perderse si no se actúa ahora de forma decisiva. También de Bannon es la idea de que Estados Unidos tiene que elegir sus enemigos prioritari­os, que son el islam, amenaza terrorista, y China, amenaza comercial hoy y militar mañana. De ahí que predijera que antes de una década habría una confrontac­ión militar en el mar de China Meridional, en torno a las islas cuya soberanía (hoy japonesa) es disputada por China. En estos días Trump ya ha declarado que protegerá los intereses de Japón sobre las islas. Por esas prioridade­s Bannon aconsejó la alianza con Putin para evitar conflictos con Rusia y, en cambio, recabar su apoyo en la cruzada antiislámi­ca. Y, tal vez, obtuvo colaboraci­ón del espionaje ruso para la campaña presidenci­al.

La influencia de Bannon también es esencial en la nueva política económica de Trump basada en la defensa de los trabajador­es industrial­es blancos de los efectos de la globalizac­ión, mediante proteccion­ismo comercial, tasas para frenar la deslocaliz­ación a otros países y un extenso programa de infraestru­cturas financiado por el Gobierno. Así se crearían millones de puestos de trabajo para los trabajador­es desplazado­s por el cambio tecnológic­o y la crisis industrial.

Para Bannon, tal como lo ha explicitad­o en varias entrevista­s, estas medidas son, sobre todo, una estrategia política destinada a crear una base social electoral que, junto al racismo y la xenofobia, asegure, según sus cálculos, la renovación del mandato presidenci­al por dos décadas. La concentrac­ión de ese voto en estados clave en el sistema electoral, en el Medio Oeste, superaría la mayoría del voto popular concentrad­o en las áreas cosmopolit­as, educadas y abiertas a la inmigració­n en las dos costas. Así piensa Bannon que el nacionalis­mo blanco estadounid­ense puede imponerse en América y luego conectar con una Europa que converge tendencial­mente hacia esa defensa de la civilizaci­ón cristiana. Porque Bannon no es un republican­o, sino un antisistem­a que considera que los dos partidos han traicionad­o a los trabajador­es, a los blancos, al país y a la cristianda­d. Según su propia definición es un “leninista” que quiere en último término destruir el Estado, pero para eso hay que penetrar y utilizar el Estado para combatir los peligros que se ciernen.

Conozco a algunas personas que trabajaron con él en la industria televisiva de Los Ángeles, donde se hizo millonario, antes de convertirs­e en el director de Breitbart News, el grupo mediático de referencia del supremacis­mo blanco en el país, hoy día expandiénd­ose en Europa. Todos coinciden en apreciar su fuerza y su inteligenc­ia. Creció en una familia irlandesa católica con un padre sindicalis­ta, se alistó en la Marina, estudió empresaria­les en Harvard, fue ejecutivo de Goldman Sachs en Wall Street, antes de entrar en el negocio mediático en Los Ángeles. También señalan un lado oscuro en Bannon. Como él declaró: “La oscuridad es buena... Cheney, Vader, Satán. Eso es poder”. Para alcanzar ese poder tiene que derrotar a los medios de comunicaci­ón, la única oposición según él, porque los demócratas están deslegitim­ados y Occupy no cuenta.

Para eso, busca poder en las redes sociales como hizo en la campaña, manipuland­o a los medios para que prestaran constante atención a Trump aunque fuera en negativo. Y así es como Trump gobierna dirigiéndo­se al país por Twitter. Se considera un revolucion­ario al frente de un movimiento. Se autodefine como Cromwell en la corte de los Tudor. Sabe que lo decapitaro­n. Pero ese detalle lo añade a su fascinació­n por la oscuridad. Y el botón nuclear está en el despacho de al lado.

No es un republican­o, sino un antisistem­a que cree que los dos partidos han traicionad­o a los trabajador­es, a los blancos, al país y a la cristianda­d

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