El chico que limpiaba los cristales
Calmado y trabajador, Mauricio Pellegrino ha saldado una cuenta pendiente en Mendizorroza
Mauricio Pellegrino (45 años) falló el penalti de su vida el 23 de mayo del 2001, en la final de la Champions que fue esquiva al Valencia y sonrió al Bayern. Una semana antes, el Alavés rozaba la proeza y caía en la final de la Copa de la UEFA frente al Liverpool (5-4). Como si de una confluencia astral se tratara, el conjunto vitoriano ha vuelto a una final, ahora la de la Copa del Rey, de la mano de Pellegrino, al que echaron como técnico valencianista y que no pudo tampoco estabilizarse en el banquillo del Estudiantes de la Plata ni del Independiente de Avellaneda. Detrás, un gran trabajo en la sombra, años de preparación y aprendizaje como ayudante de Rafa Benítez en el Liverpool y en el Inter, semanas de estudio y observación, como la que realizó en la ciudad deportiva del Chelsea, con permiso de José Mourinho, y, mucha, mucha paciencia porque como él dice “no es lo mismo ir en el asiento de atrás de la bici que conducirla”.
Quizá por eso Pellegrino no quería que fallara nada el jueves, en Mendizorroza, en la vuelta de las semifinales ante el Celta. Encargó un vídeo motivacional que tocara la fibra de sus jugadores. No fue el primero de la temporada, pero sí el más íntimo. Apagó las luces del vestuario y sentó a sus jugadores alrededor de unas imágenes en las que aparecían familiares y amigos. Después comenzó a recorrer el vestuario de arriba abajo con un papel y las manos en la espalda. “Chicos, actitud desde el principio, vosotros podéis, es difícil pero estáis preparados”, iba repitiendo el técnico como un mantra.
Volvió en verano a Vitoria, donde colgó las botas como jugador en el 2006, y quería saldar una cuenta pendiente. Como futbolista bajó a Segunda con el Alavés. Pero ahora ya es el entrenador que lo ha llevado a una final. Con apenas unos meses en el cargo, con 19 jugadores nuevos, con múltiples cesiones (el club sólo ha invertido 5,7 millones) y con un equipo capaz de defender a ultranza y de atacar con pólvora, como demostró ganando en el Camp Nou. El orden, el despliegue y la preeminencia del colectivo son sus axiomas principales.
Siempre con un carácter sosegado, una voz pausada y sin hacer aspavientos. Siempre fue así, incluso de pequeño cuando Hugo Tocalli, coordinador de la cantera del Vélez Sarsfield, fue a buscarlo a su casa, a Leones, una localidad de 10.000 habitantes de la provincia de Córdoba. Pellegrino fue de los primeros muchachos en habitar la pensión del club, en Buenos Aires, y, como ya era muy alto (mide 1,93 metros) le mandaban limpiar unos vidrios elevados a los que no llegaba nadie más. Ahí fue quemando etapas y a la chita callando sumó 9 títulos con el Vélez. Fue un jugador que maduró poco a poco y hasta los 27 años no desembarcó en Europa. Lo hizo en el Barça de Van Gaal. Acostumbra a comentar que su experiencia en el Camp Nou resultó linda, que el holandés nunca le engañó cuando le dijo que a quien quería era a Frank de Boer y que lo primero que le soltaron es que su sobrenombre no podía ser Flaco (también le llaman Longaniza) porque en Barcelona el Flaco era Johan Cruyff. Sólo estuvo una campaña en Catalunya, en la que jugó 24 partidos y ganó la Liga. Después puso rumbo a Valencia, donde nacieron sus hijos, donde triunfó y lloró, y donde se encontró a Héctor Cúper y Rafa Benítez, que espolearon su deseo de ser entrenador de élite.
Esta tarde se vuelve a encontrar al Barça. “Arrastramos un gran desgaste físico y mental, pero eso también supone un aprendizaje para nuestros jugadores. Nos enfrentamos a un equipo de estrellas, de los mejores del mundo, lo que nos obligará a poner nuestro listón muy alto si queremos tener posibilidades ante el Barcelona. Contra estos equipos se tienen que alinear todos los planetas para sacar un buen resultado. Pero desde que ganamos en el Camp Nou hemos crecido mucho, nos atrevemos más”, razonó ayer Pellegrino. No hay duda.
LA CATAPULTA “Desde que ganamos en el Camp Nou hemos crecido mucho como equipo”