Qué hacer con un vestido de Ivanka Trump
Suena una canción al entrar en el local, al oeste de Manhattan. “De qué callada manera se me adentra usted...”, se escucha en la voz de Pablo Milanés.
Esta letra viene a cuento de lo que se va a contar en esta trilogía tan al estilo de los juegos del azar que pueblan la obra del renacido Paul Auster –después de siete años ha publicado 4321 , un novelón si se mide por sus casi 900 páginas–, que es el autor que inspira el título de esta sección.
Por una de esas casualidades austerianas y sin prestar atención a la música del trovador cubano, Beth ha observado de que “callada manera” se adentraba en un conflicto ético, casi existencial. Se ha de advertir que el nombre es inventado, a petición de la interesada, una profesional liberal con oficina en la avenida Madison, en la zona central de la famosa isla neoyorquina, cerca de la catedral de St. Patrick y del nuevo templo pagano, la torre Trump.
Como contexto: la rebautizada Beth confiesa que se estrenó el pasado 21 de enero como manifestante. Acudió a la marcha de las mujeres, en la versión de la Gran Manzana.
Cuenta en esa reunión, donde ya no suena Milanés, que el otro día, cuando se dirigía a su trabajo, vio una bolsa en el suelo. Había algo en su interior. Aunque algunos precavidos lo consideren una temeridad, la recogió. No estaba bien cerrada. Vio que en el interior había un vestido. Vio la etiqueta: “Ivanka Trump”.