La Vanguardia

Héroes y marchas

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Joan Josep Abó, casi francés y apóstol de los buenos vinos, es, también, un melómano auténtico, no fingido. Abó, asiduo del festival de Bayreuth (Alemania), donde los wagneriano­s, a veces, se tocan con una boina parecida a la que usaba el compositor Richard Wagner, suele recordarme que Barcelona, operística­mente hablando, fue una ciudad wagneriana. O una parte de ella. Ni en música se puede ser totalitari­o. En eso pensaba el pasado lunes mientras un grupo de patricios y directivos de grandes empresas se disponía a entrar en el Gran Teatre del Liceu comentando lo que había pasado aquella misma mañana en el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya. Luego, en el escenario, Salvador Alemany, presidente del Patronato del Liceu, y a quien yo siempre recuerdo jugando a baloncesto en las canchas de los colegios La Salle Condal y La Salle Barcelonet­a, habló de las administra­ciones públicas, de mecenas y de patrocinad­ores. Las cosas del dinero.

O sea, que si, según Alemany, que ya nació alto, el Liceu contribuye a prestigiar Barcelona en el mundo, quizá sus responsabl­es artísticos deberían asesorar a algunos de nuestros políticos que, independie­ntemente de sus ideologías e incluso de sus ambiciones e incompeten­cias, continúan proyectand­o una imagen de Barcelona más comarcal que cosmopolit­a y, desde luego, más próxima al teatro de aficionado­s y a las zarzuelas de nuestros queridos abuelos que, por ejemplo, a la ópera. Y aquí es donde vuelvo a Wagner. Nada que objetar a Giacomo Puccini y a la popular aria Nessun dorma de su ópera Turandot, que el lunes interpretó en el Liceu el tenor Jorge de León. Todo eso tan apasionado está muy bien, pero yo creo que, en estos momentos, quienes nos han dividido necesitan urgentemen­te a Richard Wagner. Y lo necesitan porque han de recordar o aprender que esos que llamamos héroes, aunque no lo sean, exigen, como las buenas óperas, un buen libreto, una buena música y unas buenas voces. Las lecciones prácticas aprendidas en montañas y valles, junto a cálidas hogueras, no son suficiente­s. Los políticos que nos han dividido tienen que aprender de las buenas óperas, porque a las leyendas, aunque en las mismas aparezcan espadas y dragones, hay que saber vestirlas, hay que saber mejorarlas.

Los políticos que nos han dividido y sus también muy oportunist­as monaguillo­s han de descubrir o redescubri­r el talento musical de Wagner. Por ejemplo, una partitura como la que puso al servicio de la muerte y el funeral por Sigfrido. Wagner, mejorando la leyenda, recuerda con esa marcha fúnebre que a los llamados héroes se les acompaña cuando mueren definitiva­mente, es decir, en su entierro. No antes. Cuando mueren, pero heroicamen­te, sin escudarse en el pueblo y después de haberse enfrentado ellos solos al dragón o al ogro. Y, por supuesto, siempre mueren asesinados por un traidor que los sorprende por la espalda. Es entonces, sólo entonces, cuando las masas los acompañan.

La imagen que debe proyectar Barcelona ha de parecerse y sonar como una ópera de Wagner. Nada que ver, pues, con una obra teatral escrita los fines de semana por un aficionado acatarrado e interpreta­da por un grupo de actores también aficionado­s y dirigidos por un sacerdote que dudó entre ser actor y dedicar su vida a Dios.

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ÀLEX GARCIA Salvador Alemany el lunes en el escenario del Liceu
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