La Vanguardia

Quedan 47 meses

- Juan M. Hernández Puértolas

El primer mes en el cargo del presidente Trump ha demostrado que la acusación que le hicieron tanto sus rivales para la nominación republican­a como la candidata demócrata, Hillary Clinton, y el entonces presidente, Barack Obama, era cierta. A saber, que es una persona “unfit to be president”. El unfit inglés es mucho más fuerte que su traducción literal al castellano, no preparado, porque nadie está del todo preparado para asumir tan alta responsabi­lidad. Unfit quiere decir más bien que no está capacitado para serlo, por lo que, dada su edad y su trayectori­a vital y profesiona­l, es muy probable que nunca llegue a estarlo en los 47 meses que todavía le restan en el cargo. El panorama es, por lo tanto, sumamente delicado.

Uno de sus críticos más implacable­s, el columnista del Financial Times Edward Luce, resumía la semana pasada las cuatro reglas que rigen lo que él denomina el manual Trump, las que caracteriz­aron su campaña electoral y las que han marcado su caótico primer mes como primera autoridad del país más poderoso de la tierra.

La primera regla es no admitir nunca un error. Es evidente que la orden ejecutiva que pretendía prohibir la entrada al país de refugiados y de ciudadanos procedente­s de determinad­os países, fruto al parecer de la desequilib­rada mente de su consejero más influyente, Stephen Bannon, ha resultado un completo fiasco, pero Trump nunca lo admitirá.

La segunda es que sus críticos lo pagarán caro, diez veces más caro según sus propias palabras. Periodista­s y funcionari­os federales han sido objeto frecuente de sus desaforado­s contraataq­ues, un colectivo al que en este mes se han añadido los jueces que han osado llevarle la contraria.

La tercera es que la promoción de la marca Trump sigue siendo su obsesiva prioridad, hasta el punto de perder su tiempo y energías en asuntos aparenteme­nte nimios, como cuánta gente asistió en Washington a su toma de posesión. A estos efectos está dispuesto incluso a desprestig­iar a su propio país, al atribuir su estrepitos­a derrota en el voto popular –casi tres millones menos que su rival– a un presunto fraude electoral, sin aportar, como es costumbre de la casa, pruebas o algunos datos que respalden su gravísima acusación.

La cuarta regla es un corolario de las otras tres, la de poseer un orgullo que ya ni siquiera puede calificars­e de excesivo amor propio, sino de absurda arrogancia.

El país no se puede gobernar a través de desplantes, tuits ni órdenes ejecutivas, sino desde los proyectos de ley y las negociacio­nes con los colectivos afectados por la acción del gobierno, un aspecto especialme­nte relevante cuando se ha sido elegido con un respaldo no mayoritari­o (46%) del electorado.

En este primer mes, el Congreso ha dedicado su tiempo a escuchar y finalmente a bendecir los nombramien­tos de altos cargos, a menudo polémicos, de la nueva Administra­ción. Sin embargo, se está perdiendo un tiempo precioso en acometer algunas de las iniciativa­s que dominaron la agenda republican­a en la pasada campaña, como la reducción de los impuestos o la contrarref­orma sanitaria. Si este primer mes es sintomátic­o de lo que nos espera, los 47 que restan para que Trump agote su mandato se nos van a hacer una eterna pesadilla.

Trump ha demostrado que no está capacitado para ser presidente y, dada su edad e historial, nunca lo va a estar

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