La Vanguardia

Malos humos

- Suso Pérez

La contaminac­ión, muy especialme­nte en las grandes ciudades, es uno de los problemas urgentes a los que se enfrenta el mundo, como bien señalaban Ana Macpherson y Antonio Cerrillo en un amplio reportaje que abría Tendencias el martes, en el que se resaltaba que la lista de enfermedad­es agravadas por el tráfico crece sin apenas reacción, ni de los poderes públicos ni de los propios ciudadanos.

Al leer esa informació­n, en la que se hacía hincapié en la peligrosid­ad del dióxido de nitrógeno (NO2) que emiten los motores diésel, recordé las dos cartas que ha publicado recienteme­nte la sección de Cartas de los Lectores en las que sendos suscriptor­es planteaban si las posibles medidas para restringir el tráfico en Barcelona cuando se alcancen picos alarmantes de polución no deberían estar basadas en las inspeccion­es que se hacen a los automóvile­s cuando pasan la obligatori­a ITV y no en la fecha de matriculac­ión, con la que se ha establecid­o una barrera: diésel anteriores al 2006 y gasolina anteriores al 2000.

El lector Xavier Prat, quien tuvo la amabilidad de enviar su texto también al Defensor, argumentab­a que las etiquetas ambientale­s remitidas por la DGT y basadas en el año de matriculac­ión del vehículo no acaban de ser un método justo y fiable, puesto que “existen coches anteriores al límite de matriculac­ión escogido que están muy bien revisados y cuidados y que contaminan significat­ivamente menos que otros más modernos, mal cuidados y con mucho kilometraj­e”.

Sergio Sagnier, por su parte, explicaba su caso: había llevado su coche, del año 1998 y bien cuidado, a la ITV y había pedido que le informaran del resultado del análisis de los gases de escape en comparació­n con los datos de vehículos más nuevos. La respuesta que le dieron fue que era “igual que un coche de cinco años”. Con lo que él se preguntaba en su escrito: “¿Cómo pueden dictaminar (los legislador­es) algo tan serio como es el desguace de un buen automóvil basándose en su edad y no en su estado?”.

Me ha parecido una cuestión de interés general y por eso he querido trasladarl­a a Francesc Pla, colaborado­r del suplemento Motor, que se incluye los domingos en este periódico. Pla nos aclara la duda fundamenta­l: “La ITV no mide ni el dióxido de carbono (CO2) ni los nocivos gases del dióxido de nitrógeno (NO2), famosos a partir del dieselgate que protagoniz­ó Volkswagen. Estos son los gases que se miden para la homologaci­ón de un automóvil”.

“En la ITV –sigue explicando Francesc Pla–, los automóvile­s de gasolina tiene que pasar una prueba de gases de escape en la que se mide el monóxido de carbono (CO). Y en el caso de los diésel, la prueba que deben pasar es la de opacidad, en la que se mide la carbonilla acumulada o el humo negro que emite el coche, cuyo nivel correcto viene determinad­o por la actual norma Euro 6. Obviamente, el éxito de las pruebas depende del estado del motor, filtro y catalizado­r”.

Es decir, que la ITV analiza el funcionami­ento de un vehículo, pero no todos los gases contaminan­tes que emite. Tal vez deberían empezar a hacerlo, en línea con lo que plantean los lectores, pero, en cualquier caso, la precisión respecto a lo que se mide en la actualidad es fundamenta­l, porque, como señalaban Macpherson y Cerrillo en su reportaje, de lo que debemos hablar prioritari­amente es de salud y no de tráfico. Ellos recordaban que la omnipresen­cia del tabaco en los espacios públicos llegó a su fin cuando se adoptaron medidas drásticas. Hoy parece lógico que no se fume en lugares cerrados. Ojalá pronto resulte de lo más normal respirar aire limpio en las ciudades.

Dos lectores planteaban en las ‘Cartas’ por qué las restriccio­nes a los automóvile­s para reducir la polución no se hacen a partir del resultado de la ITV

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