La Vanguardia

El deterioro de España

- José Antonio Zarzalejos

Cuando la izquierda está dividida, la derecha gobierna de manera inmóvil y sin dinamismo y los nacionalis­mos aprovechan las coyunturas históricas de depresión española para plantear la secesión, el país se deteriora. No es una afirmación sin respaldo histórico. Así sucedió en el siglo pasado. Concretame­nte en dos periodos bien delimitado­s: el de la Restauraci­ón y el de la II República. Ortega y Gasset también irrumpió con el discurso de la “nueva y vieja política”, pronunciad­o en mayo de 1914. Lo que el filósofo madrileño decía entonces adquiere una extraña actualidad. Sus palabras podrían repetirse ahora en un contexto diferente pero que evoca el deterioro de España. Y digo de España –también de Catalunya, president– y no sólo de su sistema político porque la oxidación de las institucio­nes se está filtrando en la sociedad provocando los síntomas de una crisis que suponíamos superada: la de la increencia, el escepticis­mo y la fatiga democrátic­a. Otra vez esa carencia que se hace crónica en nuestra historia: un proyecto de largo aliento para una España que se desvencija porque no hemos mantenido ni la épica, ni la ética, ni la estética de la transición y los nuevos partidos –con su supuesta nueva política– parecen recaer en los comportami­entos de los que quieren sustituir. Somos un país de recidivas, nunca curado de sus propios demonios familiares, y siempre presto al desgarro interno.

La cuestión catalana –presente de continuo en la historia de España aunque ahora con incrustaci­ones fakes y versiones alternativ­as, una emotividad manipulado­ra y una expresión alejada del cosmopolit­ismo que ha devenido en una suerte de acusado populismo– es el síntoma más urgente y perentorio de esta crisis, pero no el único. Este fin de semana se puede comprobar como quienes prometían “asaltar el cielo” desde una modernidad transversa­l y descabalga­r a la clase dirigente, están ofreciendo un recital anacrónico y pésimo de bandería y reyerta. Se impondrán, segurament­e, los más radicales como sucede con frecuencia en las organizaci­ones partidista­s aunque luego no reciban el respaldo de las mayorías sociales. Podemos tiene una parte de ideología y otra de instrument­ación. La ideología la atesora Iglesias con su neocomunis­mo debidament­e blanqueado por las tesis de Ernesto Laclau que ofrece vetas también del pensamient­o de ese antilibera­l destructiv­o que fue Carl Schmitt que autores como Miguel Saralegui han considerad­o “un pensador español”. Mientras, el PSOE regresa al escenario del convulso mes de octubre del 2016 afrontando unas primarias en mayo que, muy lejos de los criterios de unidad que su gestora ha querido lograr, van a escenifica­rse con argumentos divisivos que encierran –de López a Sánchez y de ambos con Díaz– proyectos políticos e ideológico­s de muy alejado parentesco.

La derecha española refugiada en el PP de Mariano Rajoy está inmóvil pero se conserva en formol: ahí está el sondeo del CIS del pasado martes. El presidente del Gobierno ha confundido gravemente el timing con el stopping .Noes que el político gallego maneje los tiempos (eso implicaría que dispone de una cronología), sino que los congela. De ahí que su electorado se mantenga entre el 33 y el 34 por ciento. De tal manera que Rajoy es el suelo popular, pero también su techo. La falsa creencia de que el tuerto es el rey en el país de los ciegos condensa una obtusa mentalidad inservible para la vida, para la economía, para la empresa y para la política. La derecha contemplat­iva y atrinchera­da vale como un stent en una angioplast­ia o como un bypass coronario que la mantiene en convalecen­cia pero sin energía suficiente para impulsar al país a alzarse sobre sus propias limitacion­es.

En España hay otros síntomas de deterioro colectivo derivados de la mediocrida­d política. Por ejemplo la estúpida demonizaci­ón del empresaria­do, la estigmatiz­ación de la legítima ganancia, la arrogancia de los que sitúan las guías en los méritos menores, la magnificac­ión de lo vulgar y la manipulaci­ón sentimenta­l y emotiva de grandes colectivos sociales, como ocurre en Catalunya con los secesionis­tas y en el resto de España con los voceadores del patriotism­o cañí. El nuestro es un país de frenadas, no de aceleracio­nes. España ha padecido y sigue padeciendo una dirigencia irresponsa­ble como en los peores momentos de su historia relativame­nte reciente. La sociedad española quiere conducirse autónomame­nte del mando político –al modo de la italiana– pero no lo consigue porque bebe culturalme­nte de la reverencia al poder y de una falta notable de calibre en los elementos estabiliza­dores de la sociedad civil de tal manera que cuando aquel falla –como ahora– esta tiende a derrumbars­e. Observen a los partidos: discusione­s domésticas en un país convulsame­nte unamuniano.

Mal diagnóstic­o: izquierda dividida, derecha inmóvil y nacionalis­mos independen­tistas

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