La Vanguardia

Corriendo camino del país de Oz

- Glòria Serra

Demolerá Donald Trump el sistema democrátic­o norteameri­cano, basado en el equilibrio de poderes? El mundo se lo pregunta mientras contiene la respiració­n. En la mente de todos está la forma como Adolf Hitler desmontó la precaria democracia alemana de su tiempo basándose en los peligros y las amenazas que rodeaban la derrotada y humillada patria y, sobre todo, en el intento de volver a hacer grande Alemania. ¿Les suena? Efectivame­nte, es el eslogan de campaña de Trump: volvamos a hacer América grande.

Que me perdonen sus votantes y simpatizan­tes, pero creo que Trump es un fascista. Además de ignorante, narcisista e irreflexiv­o. Como lo combina con astucia y demagogia (me recuerda mucho la figura histórica de Lerroux), se explica su éxito enardecien­do a las masas. Especialme­nte, las que tienen ganas de que les mientan porque no quieren aceptar lo compleja y difícil que es la realidad.

Ya veremos. O bien comete error tras error y acaba siendo juzgado y expulsado con la ayuda de su propio partido, o bien le da la vuelta al orden mundial. Pero Trump ya está provocando un primer desastre. Sus mentiras normalizan tópicos, versiones interesada­s y manipulada­s de la realidad y, por tanto, cambian la mentalidad de millones de ciudadanos y los convierten en peores personas. Y digo mentiras porque me indigna el concepto de posverdad o, incluso, de “hechos alternativ­os”, como dicen los asesores presidenci­ales. Como inventarse decenas de actos terrorista­s cometidos en territorio norteameri­cano y acusar a la prensa convencion­al de no contarlo. Esto son mentiras, y la llamada posverdad que sus votantes y simpatizan­tes quieren creer porque les ratifica en sus prejuicios sigue siendo también una mentira. Caemos en la misma trampa del fascismo si empezamos a no llamar las cosas por su nombre.

También Hitler decía a los alemanes lo que querían oír: que la miseria que vivían no era culpa del desastre de la Primera Guerra Mundial, sino de la manía y la envidia que les tenía el resto del mundo y de los judíos que se llevaban todo el dinero y mataban bebés en extraños rituales. Donald Trump da rango de verdad oficial a todas las mentiras sobre la inmigració­n, el cambio climático, el feminismo, la crisis financiera y un largo etcétera. Ratifica a los que querrían encontrar culpables de problemas complejos o confirmar sus fobias y xenofobias. Hombres que sienten amenazada su testosteró­nica masculinid­ad y creen que las mujeres deben ser de nuevo sometidas. Familias que miran de reojo a todos los musulmanes y los consideran terrorista­s, cuando el grueso de las muertes en atentado lo han cometido blancos cristianos. Ciudadanos que creen que los latinoamer­icanos ilegales son responsabl­es de que ellos sean ahora pobres. Agricultor­es o mineros que piensan que blindando las fronteras comerciale­s de EE.UU. su vida mejorará. Etcétera.

La estupidez e ignorancia de Donald Trump ha sido un fabuloso crisol donde todos los supremacis­tas blancos y fascistas de diverso pelaje han ido vomitando sus falsedades para que las recogiera y amplificar­a. Detrás del personaje hay agentes poderosos y alguna potencia extranjera con ganas de cambiar el equilibrio mundial en favor de sus intereses. Enfrente sólo hay funcionari­os, jueces, activistas y periodista­s con una única arma en la mano. Muy frágil y difícil de proteger: la verdad.

Detrás de Donald Trump hay agentes poderosos y alguna potencia extranjera con ganas de cambiar el equilibrio mundial

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