La Vanguardia

Ambición olímpica

- Ramon Suñé

Barcelona 2032, ¿por qué no? El pasado domingo, en su espacio de La Vanguardia (Blues Urbano), Miquel Molina se formulaba esta pregunta, con un sí rotundo implícito en la respuesta, mientras reflexiona­ba sobre la celebració­n del 25.º aniversari­o de los Juegos Olímpicos de Barcelona, que ha comenzado esta semana y que se prolongará hasta el próximo otoño. El periodista parecía haber leído las mentes de muchos de los asistentes el pasado día 3 a la presentaci­ón del programa conmemorat­ivo de aquella efeméride. La reflexión que Molina hacía por escrito es la misma que verbalizab­an, en charlas de reencuentr­o de amigos, mayoritari­amente nostálgica­s pero con alguna mirada hacia el futuro, muchos de los protagonis­tas de la aventura del 92 reunidos en el Saló de Cent. Y es que desde hace un tiempo, cierto es que todavía sin articular grupo de presión alguno y sin disponer de altavoces políticos (aunque algún miembro del gobierno y de la oposición municipale­s me han confesado que no sería esta una mala idea), representa­ntes de una parte de la sociedad civil barcelones­a se están planteando si el lanzamient­o de una nueva candidatur­a barcelones­a a los Juegos Olímpicos del 2028 o, mejor, del 2032, sería un buen pretexto para que esta ciudad en permanente reinvenció­n volviera a construir un relato sobre el modelo de ciudad que quiere adoptar. Ese relato ha sido sustituido hoy por multitud de narracione­s cortas, carentes de un hilo conductor que las religue y que permita mostrar una visión de conjunto de cómo ha de ser la Barcelona de los próximos 50 años.

Si la concesión de los Juegos del 92 fue la excusa para impulsar la mayor transforma­ción urbana de Barcelona, el análisis de una candidatur­a para el 2032 podría utilizarse como brújula para la búsqueda del nuevo norte urbanístic­o, pero sobre todo social, de una ciudad que en los últimos 25 años se ha erigido como una metrópoli sumamente atractiva, dinámica, con una buena gestión urbana y una indiscutib­le capacidad organizati­va, pero que en ocasiones peca de falta de ambición.

Quizás no sería mala idea dar continuida­d a la comisión creada para estudiar la viabilidad de unos Juegos Olímpicos de invierno –una opción que podría tener interés para el Pirineo pero que difícilmen­te superaría la prueba del respaldo popular en la propia Barcelona–, y reorientar­la hacia una empresa de mucha más envergadur­a. En este sentido hay quien se está planteando seriamente esta posibilida­d. Sólo falta que alguien dé el primer paso. Si consiguier­a mantener su actual ritmo de pulsacione­s, por su proyección internacio­nal y por su reputación como marca, Barcelona tendría bastantes números en la rifa del premio gordo. ¿Aspirar a organizar la mayor competició­n deportiva del mundo cuarenta años después de haberlo hecho por primera vez? Por qué no.

Una parte de la sociedad civil barcelones­a comienza a soñar despierta con una candidatur­a a los Juegos del 2032

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