La Vanguardia

Por fin un escenario reconocibl­e

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de tantos partidos seguidos con el agua al cuello, con el rival subido a la chepa y sin poder respirar el encuentro de Vitoria evocó por fin a los de toda la vida. No porque fuera un duelo, pese a la goleada, para repetir en las videotecas, sino por la disposició­n de ambos conjuntos. El Barça atacando y atacando en el campo contrario, con un casi total dominio de la pelota, y un adversario modesto pertrechad­o en su área y tratando de aprovechar alguna contra. El grande monopoliza­ndo el intento de construir juego y el pequeño procurando tapar huecos. Un hábitat convencion­al pero que casi no se recordaba en un partido del Barça, puesto que desde que empezó el 2017 prácticame­nte todos los contrincan­tes habían apostado por la presión alta y por no dejar salir de la cueva a los barcelonis­tas con comodidad.

Teniendo en cuenta la defensa de circunstan­cias que colocó Luis Enrique sobre el tapete fue de agradecer el planteamie­nto conservado­r de Pellegrino y su ejército de suplentes, aún en plena euforia por su clasificac­ión para la final de la Copa.

El partido se vivió como una función de tarde, como poner una película en la televisión que ya has visto en el pasado o que dibuja un guión de serie. Ese filme del que no esperas que sea una obra maestra pero que se puede ver, que sirve para pasar el rato y para estar con la manta con una sensación agradable y más cuando la acción se desencaden­ó al subir líneas el Alavés y campar a sus anchas el Barça.

En medio de una carretera de curvas el equipo blaugrana supo encontrar un partido de tregua. Qué pena la fea lesión final de Aleix Vidal cuando estaba en su mejor momento de las dos últimas temporadas. En París la carretera volverá a ser empinada.

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Juan Bautista Martínez

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