La Vanguardia

Trump rentabiliz­a su club privado de Florida

Las acciones de Mar-a-Lago doblan su valor en un mes

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El mensaje del presidente Trump, por supuesto por la vía oficial de su cuenta de Twitter, dice así: “Cena de trabajo esta noche con el primer ministro Abe de Japón, y sus representa­ntes, en la Casa Blanca de invierno (Mar-a-Lago). Gran conversaci­ón”.

Trump hace y deshace sin límites entre el servidor público y el hombre de negocios. Casa Blanca y Mar-a-Lago no casan y su interrelac­ión demuestra, a ojos de los expertos, el conflicto de intereses que caracteriz­a al presidente de Estados Unidos. Ha hecho de su propia finca un negocio de poder. Sus asesores insisten en que habrá más honorables invitados.

Los periodista­s del pool, que son los que dan fe de las actividade­s del mandatario, fueron encerrados el sábado en un sótano de su club de golf (Jupiter, adyacente a su residencia de Mar-a-Lago). Taparon las ventanas con plásticos negros para impedir la visión exterior y que pudieran tomar fotos o grabar vídeos.

Lo justificar­on como un acto de ética. “Esto es un club privado”, señaló un ayudante presidenci­al para destacar que no hacían publicidad a costa del cargo y que se salvaguard­aba la intimidad de los clientes.

Así ya daban por cubierta la separación entre las dos esferas. A diferencia de Barack Obama, que tampoco permitía que se le viera, los miembros del equipo de Trump se encargaron de facilitar las imágenes.

Otros presidente­s utilizaron sus propiedade­s para recibir a dignatario­s internacio­nales. Cómo no recordar el rancho de Geoger W. Bush en Texas, donde se cocinó la invasión de Irak y el presidente Aznar hablaba con acento texano. Mar-a-Lago, un castillo de estilo español, en plena costa dorada, pero es un establecim­iento con 126 habitacion­es y dos clubs de golf privados.

Su utilizació­n como enclave del Gobierno de EE.UU. potencia su capacidad de atracción y de beneficios. Desde que Trump ganó la presidenci­a, Mar-a-Lago ha doblado el precio para ser miembro.

Ahora cuesta 200.000 dólares. Los dos matrimonio­s gubernamen­tales posaron a las puertas, cerca de donde los clientes aparcaban sus lujosos automóvile­s Bentley y Rolls-Royce.

“Todo está claramente diseñado para incrementa­r el valor de su marca y enviar el mensaje a los líderes extranjero­s que deben promover las propiedade­s de Trump si quieren estar en buena relación con el presidente”, señaló Richard Painter, exconsejer­o de George Bush hijo y experto en ética, a The

New York Times.

Hubo otra escena este fin de semana que demuestra la confusión

trumpista. El sábado por la noche, cuando a los periodista­s ya se les había dicho que ya no habría nada más, trascendió que Corea del Norte había realizado un test balístico. Los informador­es fueron convocados de urgencia para una declaració­n de Trump y Abe.

Ya era un momento más propio para la fiesta que para el trabajo. De camino a la sala, los reporteros se cruzaron con unos novios que celebraban una boda. Mientras Trump y Abe denunciaba­n la amenaza, de fondo se oía la música de la fiesta nupcial. A la vez que se hacía geopolític­a, en la Casa Blanca de invierno se desarrolla­ban otros actos a beneficio del imperio Trump.

–¡Viva los novios!

La música de una boda se cuela en la sala donde Trump y Abe valoran el último misil de Corea del Norte

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CARLOS BARRIA / REUTERS La boda de unos socios de Mar-a-Lago coincidió el sábado con la visita del primer ministro de Japón a este selecto resort en Palm Beach

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