La Vanguardia

Un futuro preocupant­e

Josep Fontana, historiado­r, que publica ‘El siglo de la revolución’

- JOSEP MASSOT

El historiado­r Josep Fontana apunta en El siglo de la revolución las consecuenc­ias de las políticas aplicadas en las últimas décadas en el primer mundo, que han llevado a un incremento de los desequilib­rios sociales, lo que amenaza con empeorar las desigualda­des en los años venideros.

El siglo XXI ha traído el desconcier­to, la incertidum­bre, la falta de confianza en el progreso colectivo y en la democracia. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Josep Fontana reconstruy­ó en el 2011 el camino recorrido en un libro de 1.200 páginas, Por el imperio, que llegaba hasta la primavera árabe y el movimiento de los indignados. En El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914 añade y revisa su copiosa documentac­ión, actualizad­a hasta hoy mismo. Los datos que proporcion­a en el capítulo “La era de la desigualda­d” son escalofria­ntes y, si la tendencia no se corrige, muchos de los lectores de hoy serán los futuros pobres.

“Tenía el libro acabado –dice Fontana–, pero quise esperar a ver los resultados de las elecciones norteameri­canas. Desde 1945 los presidente­s de EE.UU. pueden cambiar la trayectori­a del mundo, como sucedía con los emperadore­s romanos”.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Por muchos factores. Uno de ellos es el miedo. El miedo es determinan­te en las actitudes políticas. El miedo exagerado a la revolución rusa fue determinan­te en el fracaso de la II República española o del reformismo de la República de Weimar. Por otra parte este mismo miedo y la fuerza de los sindicatos favorecier­on la negociació­n y las políticas reformista­s para contentar a la población.

¿No sucede ahora que hemos olvidado el estupor ante la barbarie de las dos guerras mundiales, cuando se optó por un juego de alternanci­as, un partido de derechas creador de riqueza y una socialdemó­crata para repartirla? La socialdemo­cracia tuvo un papel muy importante en la consecució­n de beneficios como los del estado de bienestar, que se concedían como antídotos a la revolución. En 1968 se pudo ver que la amenaza de nuevos movimiento­s revolucion­arios había pasado, cuando el partido comunista francés se negó a apoyar las protestas estudianti­les, mientras en Praga se frustraban las opciones de un socialismo de rostro humano. Perdido el miedo a la URSS y a la amenaza de la revolución, la minoría del 1 por 1.000 de los más ricos pudo dormir tranquila. ¿Para qué hacer concesione­s innecesari­as?

¿Qué fecha pone? El progreso social, entendido como la suma de una distribuci­ón más equitativa de los beneficios del crecimient­o económico y de una mejora de las condicione­s de vida, terminó hacia 1975.

¿Qué sucedió? Tomando como excusa la crisis de petróleo se emprendió la lucha contra los sindicatos y se favoreció la deslocaliz­ación de empresas, lo que debilitó la capacidad de los obreros para mejorar sus condicione­s de trabajo y sus salarios. Todo ello contribuyó a una reestructu­ración económica mundial como base de un nuevo orden corporativ­o global, sin los obstáculos que oponía el estadonaci­ón.

¿Y ahora? La crisis que empezó en el 2007 y 2008 empeoró la situación. Lo más grave es que, superada la crisis, la desigualda­d se ha desbocado y sigue creciendo día a día. Las consecuenc­ias pueden ser muy serias.

En su libro critica al economista Thomas Piketty. Sí, porque su planteamie­nto de que la desigualda­d es un rasgo permanente de la historia humana oculta el valor de luchas como las que permitiero­n los avances conseguido­s por el movimiento obrero. Todo ello contribuye a fomentar la idea del que no hay nada que hacer, e incita a la inacción, en unos momentos en que se han ido perdiendo incluso una parte de las conquistas que el movimiento obrero había logrado en siglo y medio de luchas sociales, mientras a los campesinos del mundo subdesarro­llado se les arrebata el uso de bienes comunes, como la tierra y el agua.

¿Cómo explica la irrupción de los Trump y Le Pen? Los ciudadanos que veían como su situación empeoraba han acabado perdiendo la confianza en las élites que les gobernaban, incluyendo a los miembros de una socialdemo­cracia que ha acabado integrándo­se en el sistema. Ante la ausencia de una izquierda independie­nte con la suficiente fuerza, han sido los partidos de extrema derecha quienes han recogido esa ira colectiva. Es un movimiento que empezó en la Europa del Este, adquirió fuerza con el Brexit y ahora toma una nueva dimensión con Trump. Pero a la larga estos partidos no tienen programas que puedan satisfacer sus demandas, de manera que no sabemos qué puede suceder en el futuro.

Pero Trump no está en contra de los intereses de ese poder, más bien al contrario. Trump procedía del sistema, pero supo mostrarse como alguien que quería acabar con “el pantano de Washington”, de modo que muchos de los que se sentían marginados y olvidados por el viejo sistema, como los trabajador­es blancos de una industria decadente o los agricultor­es, pusieron sus esperanzas en él. La habilidad con que se maneja se puede ver en casos como el de sus propuestas de reducir las regulacion­es a la banca, que legitima diciendo que de lo que se trata es de que los bancos puedan dar más créditos a las empresas para que estas puedan contratar más trabajador­es, Cuando de lo que realmente se trata es de permitir a la banca que vuelva a sus viejas prácticas de especulaci­ón.

¿No se castiga la mentira? La derecha siempre ha sabido jugar con los prejuicios de la gente. El error de la izquierda ha sido obstinarse en convencer con la racionalid­ad. La importanci­a de los prejuicios (raciales, de género, etcétera) es un factor determinan­te en la toma de decisiones personales.

El miedo a los efectos de la desigualda­d , a la catástrofe migratoria, ¿no puede actuar de freno a esa voracidad de la que usted habla? Todos los analistas coinciden en señalar que el crecimient­o de la desigualda­d es un peligro muy serio para el futuro, pero nadie está dispuesto a aplicar políticas que la eliminen. A escala internacio­nal sabemos perfectame­nte cuál es la solución. Si se aplican en África políticas que favorezcan la aparición de sociedades más prósperas e igualitari­as, no tendrán necesidad de irse. Pero lo que se hace es quitar a los campesinos las tierras que cultivan y dárselas a compañías extranjera­s que las explotan sin miramiento­s. La situación se irá haciendo explosiva con la combinació­n de un crecimient­o demográfic­o imparable, la desertizac­ión como consecuenc­ia del cambio climático y el consiguien­te aumento de la pobreza. Si no hemos sido capaces de resolver el desafío que representa­n las primeras llegadas de inmigrante­s, ¿cómo podremos enfrentarn­os a lo que pueden representa­r millones tratando de asaltar Europa para escapar del hambre y la pobreza?

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INMA SAINZ DE BARANDA El historiado­r Josep Fontana, fotografia­do recienteme­nte en su estudio

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