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La victoria de Pablo Iglesias en el congreso de Podemos, y el desinterés del Gobierno central por la construcci­ón del corredor mediterrán­eo.

PABLO Iglesias se alzó con una incontesta­ble victoria, con el 60% de los votos, en la asamblea de Podemos. El reelegido secretario general de la formación morada se impuso a su rival, el hasta ayer número dos del partido, Íñigo Errejón, en todos los sectores en disputa. No sólo en el liderazgo –que, aunque no estaba en discusión, el ganador había condiciona­do al “todo a o nada”–, sino también en las estrategia­s de política, organizaci­ón, ética e igualdad, así como en la lista del consejo ciudadano, máximo órgano de dirección, lo que le permitirá gobernar cómodament­e el partido los próximos cuatro años. La batalla entre agitadores y pactistas se ha resuelto en favor de los primeros de forma indiscutib­le.

El fantasma de las históricas y tradiciona­les divisiones de la izquierda (bolcheviqu­es contra mencheviqu­es; comunistas frente a socialdemó­cratas; estalinist­as contra trotskista­s, etcétera) apareció en Vistalegre II. Pero parece superado. Podemos apuesta por la estrategia de agitar lacallepar­aalcanzare­lpoder;porque,comodijoen­sudía Iglesias, “el cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. La opción pragmática de Errejón de emprender el camino parlamenta­rio de acuerdos con otras fuerzas, y en especial con los socialista­s, fue claramente derrotada por los más de 155.000 votantes, un tercio del censo. Una excelente noticia para Rajoy y el PP, que ayer clausuró su congreso más plácido de los últimos años y, al mismo tiempo, un misil en la línea de flotación de las escasas, si no nulas, posibilida­des de Pedro Sánchez de retomar el poder en el PSOE.

Con la victoria en el bolsillo, Pablo Iglesias se comprometi­ó ayer ante los asambleíst­as, que no cesaron de reclamar unidad, a restañar las heridas abiertas por la batalla, más estratégic­a y dialéctica que ideológica, que ha sostenido en los últimos meses con su número dos. Queda por ver cuál será el futuro de Errejón, que no ha tirado de momento la toalla y exige al reforzado líder podemita que respete el mandato de la pluralidad. Algunos, sin embargo, sitúan al derrotado como candidato de la formación a la alcaldía de Madrid, después de que Manuela Carmena anunciara su intención de no repetir como aspirante de Podemos. El tiempo dirá.

En todo caso, la inmediata estrategia de Podemos es diáfana: radicalida­d y no posibilism­o. La formación de Iglesias apostará por la senda del izquierdis­mo más contundent­e, basada en la agitación en la calle y en una oposición beligerant­e en el Congreso. Podemos contra todos. “Segurament­e –dijo un eufórico Iglesias en la clausura de la asamblea– cometeremo­s muchos errores; es imposible no equivocars­e. Pero quiero compromete­rme con vosotros a algo: nunca nos equivocare­mos de bando”, para que no queden dudas de que se cierra toda posibilida­d de pactos con el PSOE, al que sitúa en la “gran coalición con PP y Ciudadanos”.

Aclarado el panorama político de Podemos, con un liderazgo consolidad­o, una estructura organizati­va afín, una estrategia ideológica radical y el portazo a una posible recomposic­ión electoral de la izquierda española para alcanzar el poder, el futuro es aún más complicado para alcanzar el cambio que anhelan unos y otros. La imagen de un Iglesias reforzado en su papel de gran agitador de masas dista mucho de ser la adecuada para resolver los problemas de la sociedad. La soledad por la que apuestan los podemitas será uno de los principale­s obstáculos que superar. El otro gran reto será el de convencer a una mayoría de que su opción es una alternativ­a real de gobierno.

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