La Vanguardia

Las dos Españas

Podemos se consolida en Catalunya y Euskadi, y pierde fuerza en el resto de España.

- CARLES CASTRO Barcelona

Sólo un tercio de los electores vascos de Podemos se identifica­n con ese partido. Otro tercio lo votó por la “necesidad de renovación” y una cuarta parte por sus “propuestas de cambio radical”. Sin embargo, Podemos fue la formación más votada en Euskadi el pasado 26 de junio (y también en los comicios del 2015). Y lo mismo ocurrió en Catalunya con En Comú Podem. Ahora bien, ese éxito no se repitió ni en las elecciones vascas ni en las catalanas. En línea con el voto dual que tantas decepcione­s ha provocado al socialismo catalán, ese sufragio de aluvión se disolvió como un azucarillo en las elecciones autonómica­s. La razón de ello es que el voto a la izquierda (ayer a la moderada y hoy a la radical) en las legislativ­as reúne, tácticamen­te, componente­s identitari­os muy diversos: autonomist­as, independen­tistas (hasta uno de cada cinco votantes) y, sobre todo, federalist­as. Y es esa versatilid­ad la que permite a Podemos ser competitiv­o en aquellos territorio­s con una identidad más acentuada. Es decir, el mismo fenómeno que venía permitiend­o al PSOE ganar al PP –o al menos resistir su empuje– en el pasado. Ese era el principal activo, más que aspirar a hacerse con el gobierno de Catalunya o Euskadi de forma estable.

Sin embargo, existe una diferencia sustancial entre los resultados de Podemos y los del socialismo español cuando este era la fuerza hegemónica de la izquierda. Al PSOE, su eficiencia electoral en las nacionalid­ades históricas no le suponía un coste decisivo en el resto de España (sobre todo en la mitad sur). En cambio, hoy, y en un contexto

Iglesias gana, como el PSOE de Zapatero, en Euskadi y Catalunya, pero no en Andalucía ni otros territorio­s clave

de izquierda partida en dos mitades casi idénticas, Podemos pierde parte de su fuerza en los territorio­s de la España profunda. Y de ahí que el partido de Iglesias y Errejón ni siquiera haya podido adelantar al PSOE como principal formación de la izquierda. De alguna manera, Podemos es beneficiar­io pero también víctima de la escisión identitari­a que atraviesa a la izquierda española. La formación morada ha conseguido hacerse con el voto más autonomist­a del centroizqu­ierda, y de ahí que más del 43% de los votantes de Podemos procedan de un PSOE que abandonó esa bandera, entre otras, tras la experienci­a del Estatuto catalán. Pero ese acento en el autogobier­no –que el partido de Iglesias ha llevado hasta los lindes del confederal­ismo– tiene unos costes añadidos que cierran el paso a un futuro de hegemonía electoral.

El mapa electoral por autonomías refleja a la perfección los efectos de ese lastre. Podemos o sus confluenci­as obtienen resultados por encima de la media en Asturias, Baleares o Catalunya (aunque eso también lo hacía el PSOE). Donde no lo lograba el socialismo, pero sí lo consigue Podemos, es en Galicia, Valencia, Navarra, País Vasco e incluso Madrid. Sin embargo, los socialista­s lograban resultados muy por encima de la media en grandes y decisivas autonomías como Andalucía y Castilla-La Mancha, o en otras más pequeñas como Aragón, Extremadur­a o Rioja, donde Unidos Podemos quedó el 26-J por debajo o muy por debajo de su resultado global. Los peores números del PSOE y de Podemos sólo coinciden en Murcia, donde el PP ha llegado a rozar el 65% de los votos.

En cualquier caso, y como apuntaba el profesor Ignacio SánchezCue­nca

Mir.es y CEO

LA VANGUARDIA al analizar el resultado del 26-J, Unidos Podemos “se atascó donde hay menor comprensió­n hacia las demandas de los grupos nacionalis­tas periférico­s”. Y esa gravosa fisura identitari­a no se supera sólo con la magia del discurso.

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