Las dos Españas
Podemos se consolida en Catalunya y Euskadi, y pierde fuerza en el resto de España.
Sólo un tercio de los electores vascos de Podemos se identifican con ese partido. Otro tercio lo votó por la “necesidad de renovación” y una cuarta parte por sus “propuestas de cambio radical”. Sin embargo, Podemos fue la formación más votada en Euskadi el pasado 26 de junio (y también en los comicios del 2015). Y lo mismo ocurrió en Catalunya con En Comú Podem. Ahora bien, ese éxito no se repitió ni en las elecciones vascas ni en las catalanas. En línea con el voto dual que tantas decepciones ha provocado al socialismo catalán, ese sufragio de aluvión se disolvió como un azucarillo en las elecciones autonómicas. La razón de ello es que el voto a la izquierda (ayer a la moderada y hoy a la radical) en las legislativas reúne, tácticamente, componentes identitarios muy diversos: autonomistas, independentistas (hasta uno de cada cinco votantes) y, sobre todo, federalistas. Y es esa versatilidad la que permite a Podemos ser competitivo en aquellos territorios con una identidad más acentuada. Es decir, el mismo fenómeno que venía permitiendo al PSOE ganar al PP –o al menos resistir su empuje– en el pasado. Ese era el principal activo, más que aspirar a hacerse con el gobierno de Catalunya o Euskadi de forma estable.
Sin embargo, existe una diferencia sustancial entre los resultados de Podemos y los del socialismo español cuando este era la fuerza hegemónica de la izquierda. Al PSOE, su eficiencia electoral en las nacionalidades históricas no le suponía un coste decisivo en el resto de España (sobre todo en la mitad sur). En cambio, hoy, y en un contexto
Iglesias gana, como el PSOE de Zapatero, en Euskadi y Catalunya, pero no en Andalucía ni otros territorios clave
de izquierda partida en dos mitades casi idénticas, Podemos pierde parte de su fuerza en los territorios de la España profunda. Y de ahí que el partido de Iglesias y Errejón ni siquiera haya podido adelantar al PSOE como principal formación de la izquierda. De alguna manera, Podemos es beneficiario pero también víctima de la escisión identitaria que atraviesa a la izquierda española. La formación morada ha conseguido hacerse con el voto más autonomista del centroizquierda, y de ahí que más del 43% de los votantes de Podemos procedan de un PSOE que abandonó esa bandera, entre otras, tras la experiencia del Estatuto catalán. Pero ese acento en el autogobierno –que el partido de Iglesias ha llevado hasta los lindes del confederalismo– tiene unos costes añadidos que cierran el paso a un futuro de hegemonía electoral.
El mapa electoral por autonomías refleja a la perfección los efectos de ese lastre. Podemos o sus confluencias obtienen resultados por encima de la media en Asturias, Baleares o Catalunya (aunque eso también lo hacía el PSOE). Donde no lo lograba el socialismo, pero sí lo consigue Podemos, es en Galicia, Valencia, Navarra, País Vasco e incluso Madrid. Sin embargo, los socialistas lograban resultados muy por encima de la media en grandes y decisivas autonomías como Andalucía y Castilla-La Mancha, o en otras más pequeñas como Aragón, Extremadura o Rioja, donde Unidos Podemos quedó el 26-J por debajo o muy por debajo de su resultado global. Los peores números del PSOE y de Podemos sólo coinciden en Murcia, donde el PP ha llegado a rozar el 65% de los votos.
En cualquier caso, y como apuntaba el profesor Ignacio SánchezCuenca
Mir.es y CEO
LA VANGUARDIA al analizar el resultado del 26-J, Unidos Podemos “se atascó donde hay menor comprensión hacia las demandas de los grupos nacionalistas periféricos”. Y esa gravosa fisura identitaria no se supera sólo con la magia del discurso.