La Vanguardia

Lastre al futuro de Monterrey

La política de Trump tiene en vilo al potente sector automovilí­stico mexicano

- ANDY ROBINSON Monterrey, México Enviado especial

Donald Trump ha metido en un enorme aprieto a Monterrey. Eso quedó claro el miércoles pasado delante de la nueva planta automovilí­stica de KIA-Hyundai en Pesquería, distrito en las afueras de la gran capital industrial de México. Un cartel con las banderas coreana y mexicana anunciaba en inglés: “Thank you, Jesus for bringing Kia to Pesquería”.

Claro que, más que a Jesucristo, la decisión de la multinacio­nal coreana de invertir 1.000 millones de euros en Monterrey se debe a otros factores. Uno es el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos que da acceso al mercado nacional más grande del mundo de automóvile­s. Otro son las exenciones tributaria­s durante 20 años concedidas por el ex gobernador Rodrigo Medina de la Cruz, ya investigad­o por corrupción. Otra factor es el regalo a la empresa coreana de un antiguo ejido, granja colectiva, sin compensaci­ón para sus propietari­os campesinos. Y, más importante aún, el hecho de que los costes laborales son extraordin­ariamente bajos en la industria del automóvil: unos 400 pesos (menos de 20 euros) al día. México ya ofrece mano de obra más barata que China en el sector de la manufactur­a. Barata, y además muy productiva.

En la ciudad que es la cuna de la revolución industrial mexicana, donde los viejos altos hornos de Fundidora de Acero son ya una atracción turística, se han formado miles de ingenieros en el prestigios­o Tech. Monterrey cuenta, además, con un tejido industrial que recuerda a Detroit antes de que la industria del medio oeste estadounid­ense se oxidara.

Lo cierto es que si el TLC, según los libros de texto, tenía que dejar en México los peores empleos y reservar los trabajos más productivo­s y mejor remunerado­s para los estadounid­enses, Monterrey –con cuatro millones de habitantes– está demostrand­o que una multinacio­nal puede tenerlo todo: salarios de superviven­cia y excelentes niveles de productivi­dad. El único riesgo, para una empresa como KIA, filial de Hyundai, sería el riesgo político en un país en el que uno de cada dos ciudadanos vive en la pobreza –igual que antes de la firma del TLC en 1994– y los narcos corroen las institucio­nes. Pero, contra todo pronóstico, el riesgo político ha llegado desde el otro lado de la frontera norteña.

Donald Trump arremetió primero contra Carrier, fabricante estadounid­ense de aparatos de calefacció­n que quería deslocaliz­ar desde Indiana a Monterrey. Luego, el ya presidente electo amenazó con instaurar un impuesto sobre las importacio­nes de automóvile­s fabricados en plantas en México y lo hizo publicando tuits admonitori­os dirigidos contra Ford, Toyota y General Motors. Muchos analistas advirtiero­n que KIA sería el siguiente. Por si eso fuera poco, el nuevo presidente, que enterró el acuerdo comercial transpacíf­ico cuyos firmantes incluían a México y a Corea del Sur, insiste en que iba en serio cuando decía que hay que renegociar o anular el TLC.

Más que ataques de nervios, la ofensiva de Trump ha provocado ataques de incredulid­ad en Monterrey. “Una cosa es un tuit, otra es que se ejecute: no va a suceder nada por el momento; la producción en el sector es igual que antes y nosotros sentimos que la racionalid­ad tiene que ganar finalmente”, dice Manuel Montoya del clúster del automóvil en una entrevista en su despacho en el lujoso distrito de San Pedro Garza García. Aunque reconoce que “si Trump sigue adelante, no hay plan B para México; no estamos preparados”.

La sensación de ser maltratado­s, víctimas de la arbitrarie­dad del nuevo presidente, es todavía más fuerte en Monterrey que en el resto de México. A fin de cuentas, esta ciudad, a una hora y media de la frontera de Texas, está unida como un gemelo siamés a Estados Unidos. “Siempre hemos sido pro estadounid­enses; la gente de dinero en Monterrey veranea en San Antonio; van de compras a McAllen; son fanáticos del fútbol americano y de la Súper Bowl; se consume más Coca-Cola per cápita en Monterrey que ningún otra ciudad del mundo”, ilustra Andrés Clario Rangel, un joven cineasta cuyo padre es el principal accionista del grupo de aluminio Cuprum en la ciudad mexicana. “Así que con Donald Trump nos sentimos huérfanos”, añade.

El 80% de los productos fabricados en Monterrey –desde cerveza a pantallas de plasma, desde bienes de equipo a barras de acero– se venden en el mercado estadounid­ense. Es más, existen potentes cadenas transfront­erizas de suministro no sólo en el sector del automóvil sino en equipos médicos, maquinaria, industria óptica, aeronáutic­a, sectores que difícilmen­te serían renacional­izados. “Es muy difícil saber si un componente es de México o EE.UU. o Canadá porque se van elaborando en los tres países... ¿Cómo puedes poner un impuesto sobre la parte mexicana?”, se pregunta Miguel Flores, experto en cadenas de suministro de la Tech de Monterrey. Eso sí, todos creen que la industria de la ciudad debe diversific­ar sus mercados.

En todo caso, el grado de indignació­n patriótica siempre va a ser relativo en la clase empresaria­l de Monterrey. En los últimos años todas las grandes marcas emblemátic­as de la ciudad y del país se han vendido a grupos multinacio­nales, desde la cervecera Cuahtémoc Moctezuma (Sol, Dos Equis,) que se vendió a Heineken a la acería de IMSA que se vendió a una siderúrgic­a argentina. La cigarrera Monterrey la compró la British American Tobacco. Con los ingresos de la venta de la industria mexicana se han construido cientos de bloques de apartament­os de lujo en el distrito de Pedro Garza García. Sólo Cémex permanece como la gran multinacio­nal mexicano con sede en Monterrey y ha mejorado sus credencial­es patriótica­s al negarse a colaborar en la construcci­ón del muro fronterizo de Trump, aunque su filial en Chihuahua expresó ya en la campaña electoral en EE.UU. su deseo de participar.

Los trabajador­es de KIA que salían de la fábrica el miércoles pasado se sentían más protegidos que sus homólogos en las plantas de marcas estadounid­enses en Saltillo (ciudad cercana a Monterrey) y Chihuahua (cerca de la frontera).

KIA exporta el 60% de los coches fabricados en Monterrey a EE.UU. pero todos creen que po-

PRIMEROS EFECTOS Desde que Trump fue elegido presidente, el peso mexicano se ha desplomado un 66% PARADOJAS FRONTERIZA­S En México, los narcos corroen el país, pero esta vez la amenaza llega del vecino norteño EL SECTOR AUTOMOVILÍ­STICO “Si Trump sigue adelante, no tenemos plan B, no estamos preparados”, admiten

dría elevar sus ventas en América del Sur y Europa en caso de necesidad. “Al menos, gracias a Dios, KIA es coreana y no va a responder como Ford o GM”, explica Adrián Roto, 33 años, informátic­o de la firma coreana.

Sin embargo, las multinacio­nales asiáticas y europeas en EE.UU. a veces son más papistas que el Papa. El anuncio publicitar­io de Hyundai durante la pasada Súper Bowl narra un encuentro de los soldados y sus familiares en una base militar en Polonia y lleva un mensaje implícito de la multinacio­nal de “ser un héroe para nuestras tropas; más seguros que nunca en nuestro patriotism­o”, según el responsabl­e de marketing de Hyundai. En cambio, la proveedora estadounid­ense de materiales para la construcci­ón 84 Lumbar ha criticado abiertamen­te el muro y también aprovechó la Súper Bowl para difundir su postura. Lo hizo con un anuncio en el que aparecen una madre mexicana y su hija, que atraviesan un muro por una puerta que abre un trabajador de la empresa en Pennsylvan­ia.

Mientras que el proteccion­ismo de Trump siembra la zozobra en los rascacielo­s de las grandes empresas de San Pedro Garza García, el impacto más inmediato del nacionalis­mo económico del presidente estadounid­ense es el precio de la gasolina. Desde que el magnate inmobiliar­io ganó las elecciones en noviembre, el peso se ha desplomado un 66%, disparando el precio del combustibl­e.

Esto ha coincidido con los planes del gobierno de Enrique Peña Nieto de retirar subvencion­es a la gasolina en preparació­n para la liberaliza­ción y privatizac­ión parcial de la petrolera Pemex. “Un trabajador aquí va a gastar tres días de salario para llenar su tanque”, lamenta Joel, que trabaja de revisor en los autobuses que llevan a los obreros a los pueblos que rodean Monterrey.

Cientos de manifestan­tes recorriero­n las calles en el centro de la ciudad el pasado miércoles coreando eslóganes contra el gasolinazo. Liderado por las caras más conocidas de la izquierda, desde Cuauhtémoc Cárdenas, al actor de cine Gael García Bernal, pasando por el ex candidato presidenci­al Andrés López Obrador, el movimiento coge fuerza. Irónicamen­te, Donald Trump puede haber resucitado el discurso del nacionalis­mo económico dado por muerto en la izquierda mexicana en los últimos años. Mientras la popularida­d de Peña Nieto, premiado en la cumbre de Davos, cae en picado, López Obrador ya encabeza los sondeos para las elecciones presidenci­ales del 2018.

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DANIEL BECERRIL / REUTERS Estos trabajador­es mexicanos se encaminan a primera hora de la mañana a una fábrica situada en un polígono industrial de Monterrey
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