Unidad, unidad
Ha sido el fin de semana de la unidad. El congreso del Partido Popular clamando por la unidad de España y la asamblea general de Podemos pidiendo unidad para salvar al partido del mal de amores en su grupo dirigente.
Unidad, unidad. En pocos países como en España la palabra unidad tiene una resonancia tan telúrica. La eterna tensión entre el centro y las periferias. La constante contradicción de intereses entre Madrid y Barcelona. La enorme dificultad para construir proyectos políticos que vayan de abajo arriba –y no al revés–, en un país que no pudo experimentar con éxito la revolución liberal-burguesa. España siempre sufre por su unidad. Y rara vez surgen en España proyectos políticos no tutelados “desde arriba”. Este ha sido el tema de este fin de semana en Madrid. Unidad, unidad.
El Partido Popular ha vibrado con la firme defensa de la unidad de España. Mariano Rajoy ha dibujado una raya en la arena: no habrá comercio político con los soberanistas en los próximos meses. La operación diálogo queda reducida a una interlocución con los grupos sociales catalanes, a la espera de acontecimientos. El referéndum será prohibido si se convoca. La línea está trazada y contribuye a coagular el bloque electoral, formado principalmente por gente mayor, que da su apoyo a la derecha española. El soberanismo es hoy la corriente más dinámica en la sociedad catalana, no hay duda de ello, pero sus prisas son el mejor alimento para el Partido Alfa. Rajoy en estos momentos está fuerte y se siente fuerte. Tiene a la Unión Europea y a sus principales países a su favor. Parece que en Barcelona no todo el mundo sea muy consciente de ello. Una mala lectura del actual momento crítico del espacio europeo puede provocar errores fatales.
Unidad, unidad, gritaban los militantes de Podemos en el pabellón de Vistalegre. Las bases han salvado a Podemos de una deriva que les conducía hacia los farallones. La base ha intuido que el partido estaba seriamente en peligro por las desavenencias en el grupo dirigente y ha reafirmado la autoridad del secretario general con una votación que no admite dudas. Si hubiese habido empate, hoy estarían mucho más cerca del cisma. Han votado 155.275 inscritos. Un ejercicio democrático indiscutible.
Ha ganado Iglesias con limpieza y también ha quedado claro que hay un tercio del partido de perfil más moderado y más proclive al pacto con el Partido Socialista. Un tercio no es poco. Ahora hay que ver en qué se traduce. ¿Serán marginados los mencheviques? ¿Será empujado Íñigo Errejón al ostracismo, como le ocurrió a Yuli Martov, el amigo moderado de Lenin? Errejón ha perdido claramente –ha tenido prisa, demasiada prisa–, pero es un referente del que Podemos difícilmente puede prescindir. Iglesias se enfrenta ahora al reto de administrar con inteligencia la victoria, absorber las ideas valiosas de la minoría y no dejarse arrastrar por los suyos hacia la furia asiática del leninismo. Organizar la pluralidad sin que esta sea un drama. ¿Sabrán hacerlo? No existen muchos antecedentes en la historia de la izquierda española.
Iglesias ha ganado contra la opinión de casi todos los medios de comunicación de Madrid, que apostaban por Errejón, con sinceridad o por conveniencia. El abrazo era demasiado fuerte. Demasiado ostentoso. Las bases de Podemos, intuitivas, han querido preservar la independencia de su partido. Por ello, la cabeza del bautista no ha sido cortada.
La unidad de España hace vibrar al congreso del PP; la unidad del partido se corea en Podemos