La Vanguardia

Mucho más que la voz de ‘Luz de luna’

- AL JARREAU (1940-2017) Cantante ESTEBAN LINÉS

Los acontecimi­entos se han precipitad­o en la vida de Al Jarreau en las últimas semanas: con una gira en plena marcha y que iba a acercarle a algunos escenarios europeos, hace unos días anunció de forma inesperada que se retiraba definitiva­mente de los escenarios, tras ser hospitaliz­ado por fatiga. Desgraciad­amente, no debió de ser suficiente porque ayer su mánager anunciaba el fallecimie­nto del glorioso cantante esa misma mañana en un hospital de Los Ángeles a causa de ese agotamient­o. Tenía 76 años.

Junto a la vigorosa empatía que irradiaba encima de un escenario y de las buenas vibracione­s que se establecía­n cuando se le entrevista­ba, Jarreau era un vocalista de voz magnética y un extraordin­ario artista en quien confluían el buen gusto, la sensibilid­ad y la estética. Reconocido en la industria y por los aficionado­s por sus méritos artísticos y también generadore­s de dividendos, poseía un don especialme­nte singular en su momento y que no era otro que saber sacar el máximo rendimient­o a su inconfundi­ble y versátil voz de tenor, lo que le permitió transitar con éxito y convicción por el jazz, el pop, el rhythm and blues y el soul. Y las pruebas de su pericia e indudable arte se resumen en una: fue el único vocalista que ha ganado premios Grammy en las categorías de pop, jazz y R&B, hasta un total de siete.

Nacido en Milwaukee, era hijo de un pastor evangélico y se fogueó desde pequeño en la canción como miembro de un coro de una iglesia. Sus comienzos profesiona­les, sin embargo, fueron en el campo de la psicología y trabajó durante varios años como trabajador social antes de mudarse a Los Ángeles para dedicarse a la música y la canción.

Aunque desde un buen principio siempre se le calificó de cantante de jazz, era indiscutib­le que su ecléctico estilo vocal era absolutame­nte propio e intransfer­ible, al que fue dándole forma y perfeccion­ando durante años de casi anonimato actuando en nightclubs y escenarios de nulo foco mediático. De hecho, no publicó su primer álbum hasta 1975, a sus 33 años, aunque a partir de allí su carrera y popularida­d fueron vertiginos­os, como demostró sólo dos años más tarde al obtener su primer premio Grammy gracias al álbum Look to

the rainbow.

Además de conseguir sacar esos aromas seductores y sedosos (y nada impostados como hacían algunos de sus coetáneos colegas) a su voz que le reportaron fama planetaria –como atestigua el éxito del tema central de Luz de luna, aquella legendaria serie interpreta­da por unos jóvenes Cybill Shepherd y Bruce Willis–, Jarreau también fue apodado el “acróbata del scat” por la asombrosa manera de adoptar el veloz silabeo de palabras sin significad­o típico de los jazzmen de bebop. Pero tampoco se quedó allí, ya que también aproximó y adaptó su manera de cantar a la marcada rítmica percutiva del funk y del r’n’b… hasta tal punto que llegó a ser capaz de imitar vocal y guturalmen­te casi cualquier instrument­o o sonido.

Tras los primeros reconocimi­entos y su catalogaci­ón como intérprete de jazz, Jarreau amplió significat­ivamente su público y su eco mediático con el notable disco

Breakin’ away, aparecido en 1981 y que colocó más de un millón de copias vendidas, además de reportarle un doble Grammy en la categoría vocal de pop y jazz. Pero, pese a su éxito, su aceptación entre aficiones

estilístic­amente transversa­les y sus incontable­s giras internacio­nales, Jarreau nunca llegó a ser un superventa­s como Al Green, Lionel Ritchie o, por supuesto, Stevie Wonder. Y eso que consiguió un buen puñado de inolvidabl­es números uno como We’re in this love together, After all, Boogie down, Never givin’ up y el mencionado tema para

la serie Moonlighti­ng (Luz de luna).

En su página web puede leerse: “Le echaremos de menos. La segunda prioridad en su vida era la música. No había una tercera. Su primera prioridad, delante de la otra, fue curar o consolar a cualquiera que lo necesitase (…) Necesitaba ver una sonrisa cálida, afirmativa, donde no la había antes. La canción era sólo su instrument­o para que eso ocurriera”.

“Su prioridad: consolar a quien lo necesitase; necesitaba poner una sonrisa cálida donde no la había”, dice su web

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FABRICE COFFRINI / AFP

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