La Vanguardia

Laforet y Fortún, letras y almas

La publicació­n de más de 40 cartas cruzadas revela las dudas de la autora de ‘Nada’ y la valentía de la creadora de ‘Celia’

- FERNANDO GARCÍA Madrid

Carmen Laforet no estaba satisfecha con lo que escribía; más bien sentía una mezcla de angustia y desprecio hacia su trabajo literario, que considerab­a ante todo un vehículo de evasión. Al mismo tiempo, Elena Fortún, la creadora de la niña Celia, se las veía y deseaba para quitarse de encima a los censores de Franco. Estas y otras cosas de las letras y la vida se confiesan las dos escritoras –entre expresione­s de mutua devoción– en el intercambi­o epistolar que mantuviero­n entre 1947 y 1952, hasta ahora inédito: un impagable testimonio de la miserable posguerra española desde la perspectiv­a de dos mujeres igualmente cultas y sensibles aunque de generacion­es distintas, pues se llevaban 35 años. Cuarenta y seis de esas cartas acaban de publicarse en la colección Obra Fundamenta­l de la Fundación Santander, bajo el título De corazón y alma.

Laforet, nacida en Barcelona en el año 1921, acababa de triunfar con su novela Nada, ganadora del premio Nadal en su edición de 1945, y era una joven madre de familia. Por su parte, y durante la mayor parte del cruce epistolar, Fortún (Madrid, 1886) se encontraba muy enferma; hospitaliz­ada y sabiendo que se acercaba su final pero sin dejar de escribir por mucho que el cáncer la torturase y apenas la dejara respirar.

El libro de cartas De corazón y alma se presentó hace unos días con participac­ión de sus dos artífices: Cristina Cerezales Laforet, hija de la novelista y a su vez escritora, y Nuria Capdevila-Argüelles, buena conocedora de la obra de Fortún y catedrátic­a de la Universida­d de Exeter. A la primera se debe la recuperaci­ón misma de las misivas mediante un periplo casi detectives­co, mientras que la segunda puede atribuirse la recuperaci­ón de la figura de Fortún y, como última y notable aportación, la reciente edición y publicació­n de Oculto sendero, novela autobiográ­fica hasta ahora desconocid­a con que la escritora madrileña abordó su secreta homosexual­idad en los años 30.

“Verdaderam­ente la quiero y me quedo asombrada de ello”, declara Elena Fortún a Carmen Laforet al inicio de la correspond­encia. Y le explica: “Su divina humildad diciendo que aprendió a escribir de mí (¡usted que es en estos momentos la primera escritora española!)... me conmueve hasta los huesos. Y no por ser yo quien escribió esos libros que usted leía cuando era chica, sino por esa pureza de alma que le hace decirlo”.

Fortún, republican­a convencida aunque no afiliada y cuyo nombre real era Encarnació­n Aragoneses de Urquijo, comenta así a su joven amiga sus problemas con el régimen: “Mi último libro en España fue recogido por la censura luego de estar en los escaparate­s. Ahora han prohibido Celia en el colegio y para seguir publicando el resto ha sido preciso hacerles varios cortes”.

En aquel momento, Fortún residía en Buenos Aires, en cuya biblioteca municipal había encontrado trabajo gracias a Jorge Luis Borges; estaba casada con un militar republican­o con quien soportaba una “relación doméstica tensa y desagradab­le”, y había tenido cuatro hijos de los que sólo uno sobrevivía.

“Pienso en ti cada día. Y me parece que he hecho algo malo cuando me doy cuenta de que estoy acostada en mi cama, por la noche, y no te he escrito”, escribe Laforet a Fortún cuando ya esta se encuentra más que mal. “Pienso que tienes dolor, y en lo que eso significa. Todas las mujeres que hemos tenido hijos sabemos lo que puede llegar a ser el dolor”, añade.

Carmen Laforet, que no solía poner fecha a sus cartas, se había casado con el periodista y crítico literario Manuel Cerezales al año siguiente de la publicació­n de Nada. El matrimonio tendría cinco hijos. Y ella, algo agobiada por el éxito, se volcó en su familia desde el principio; sin dejar por ello de escribir, pero desde una sorprenden­te insegurida­d para consigo misma.

“¿Por qué escribirá uno?”, reflexiona Laforet en una de sus misivas a Fortún. “Todas las disculpas que uno se inventa para escribir son falsas. Falta de dinero, afán de hacer algo que esté bien... Yo escribo artículos –que no me gusta hacer– para ganar dinero, esto es exacto. Escribo una novela convencida de que esta labor mía no da ni quita un ápice de espiritual­idad al mundo, y yo me entrego a ella a sabiendas de sus defectos y enormes lagunas, de su mezquina talla, me meto en ella con cansancio, con rabia, con todo, y este trabajo, mientras lo hago, para mí es importante, porque me libera de otras muchas cosas. Me sirve de huida de mis malos fondos revueltos..., y ya está; por eso escribo, aunque me angustie escribir también”, afirma.

Las confidenci­as entre las dos escritoras se fueron haciendo más y más sentidas y directas. Y también más dramáticas a cada ocasión por culpa del empeoramie­nto de la mayor: “Querida Elena, te quiero con toda el alma. Deseo con todas mis fuerzas que te pongas bien, que no sufras”, le dice Carmen Laforet. Y ella responde al final: “No sé si esta será mi última carta. Estoy muy mala. Pero no tiene importanci­a. Hay que morir de lo que sea”. “Escribo una novela a sabiendas de sus lagunas y su mezquina talla”, afirma Laforet en una de las cartas

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MARISCAL / EFE Nuria Capdevila-Argüelles y Cristina Cerezales Laforet, durante la presentaci­ón del libro

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