De qué hablamos cuando hablamos de un 0-6
La prueba de que a veces los resultados son engañosos la tenemos con el 0-6 contra el Alavés. La victoria fue cómoda, aunque quizás no tanto, pero el resultado no describe la decepción de ver cómo se trunca la progresión de Aleix Vidal como pieza prometedora de la banda derecha del equipo. El miércoles Vidal almorzó con Jordi Alba en el mismo restaurante en el que comía, aunque en otra mesa, Robert Fernández. Al defensa se le veía contento, en parte porque el restaurante es estupendo (el entrenador e ideólogo es Adrián Marín) y en parte porque, contra la mayoría de pronósticos –empezando por el mío–, el jugador había logrado modificar eso que, para darnos importancia, denominamos dinámica negativa.
Ser seguidor de un club como el Barça comporta servidumbres propias de la opulencia. Aunque deberíamos estar encantados de jugar mañana en el Parque de los Príncipes, siempre tiene que haber algo que interfiera en nuestra alegría, incluso tras un 0-6. La facilidad con la que encontramos argumentos para no estar tan satisfechos como deberíamos es prodigiosa y, de hecho, es uno de los grandes alicientes de pertenecer a la tribu culé. Se exige un juego a la altura del resultado y no se cae en la euforia de interpretarlo de un modo triunfalista sino, al contrario, nos encanta subrayar que el rival estuvo a punto de marcar y que “si no llega a ser por Ter Stegen”... Y si no tenemos el paladar excesivamente exigente, entonces nos aferramos a multitud de elementos externos al juego para alimentar esta máquina de crear insatisfacciones relativas. La kale borroca previa al partido, por ejemplo, activó una extraña corriente mediática que, en el entorno barcelonista, alimentaba la sospecha de culpabilidad de las víctimas cuando aún no se sabía si había sido una reyerta entre salvajes de la misma especie o una emboscada de malvados contra pacíficos aficionados. Las armas que asoman en los vídeos y la uniformidad ninja de los combatientes alimenta las peores hipótesis. Para bien y para mal, pues, la lesión de Vidal ordena la jerarquía de preocupaciones y obliga a anteponer una realidad futbolísticamente relevante.
Pero somos como somos y, ayer, comprando los periódicos (uno de los grandes placeres de esta vida: comprar periódicos), me encontré a un culé deseoso de compartir una insólita inquietud. Transcribo: “Estoy preocupado porque el Barça está en manos de gente que ya no siente pasión por el club. Ahora dicen que Bartomeu no acabará su mandato, Luis Enrique aún no ha decidido si renovará y no sabemos si Messi se largará. ¡Así no me extraña que el baloncesto vaya tan mal! Además de la autoridad institucional, tiene que haber un liderazgo apasionado”. Nunca había oído hablar del liderazgo apasionado, pero habría que incorporar el concepto al diccionario de las grandes imposturas de la autoayuda.
De la diatriba de mi vecino, me interesó la capacidad de relacionar rumores e impresiones subjetivas hasta ligar una mayonesa amarga que, si no fuéramos culés, podría invitar a creer que vivimos en el peor de los clubs posibles. Por suerte, los que comentamos la actualidad del fútbol estamos acostumbrados –y agradecemos– estas muestras de espontaneidad. Siempre hay alguien que, sin concretar, te anima a que “metas caña”, a que denuncies el complot arbitral madridista, a que insultes a Florentino o a que exijas la
Nos aferramos a cualquier cosa para alimentar esta máquina de crear insatisfacciones
dimisión de Luis Enrique y la venta en rebajas de Mathieu, Mascherano y André Gomes (y, en función del día, de Neymar y Messi). Debe ser una pulsión tribal que debemos asumir más como síntoma ambiental que como certeza futbolística.
Ah, y, por supuesto, entre las increpaciones tampoco faltan las críticas a los periodistas, que todo lo tergiversamos, que todo lo vemos demasiado negro y que no tenemos ni puta idea de fútbol. Y hablando de periodistas. Se acaba de publicar el libro Cómo leer el fútbol, escrito por el exjugador y entrenador holandés Ruud Gullit (ed. Córner). “En Holanda a los reporteros les gusta dárselas de entrenadores (...) O te dicen que te equivocaste por hacer esto o aquello, y te aconsejan sobre como mejorar en el futuro. Así que tú te quedas ahí sentado, escuchando, y te preguntas: “¿Pero de qué estás hablando, tío?”