Armas químicas en Siria
La organización Human Rights Watch (HRW) ha documentado, a partir de testimonios directos, vídeos y fotografías, cómo el régimen del presidente sirio, Bashar el Asad, lanzó bombas de cloro contra la población civil en Alepo.
Sobre el presidente sirio Bashar el Asad se acumulan las pruebas de crímenes de guerra y contra la humanidad. Si algún día es juzgado lo tendrá muy difícil para demostrar su inocencia. Utilizar armas químicas contra la población civil, por ejemplo, es un delito que ha cometido al menos cuatro veces. La última fue en Alepo, durante la batalla final del pasado otoño. Las bombas de cloro cayeron sobre los barrios residenciales. Murieron nueve personas, cuatro eran niños, y hubo unos 200 heridos. El cloro quema los pulmones y las víctimas se ahogan en sus propios fluidos internos.
La organización Human Rights Watch (HRW) ha documentado esta última atrocidad a partir de testimonios directos, vídeos y fotografías. Las pruebas parecen irrefutables.
Las armas químicas formaban parte de la estrategia militar para conquistar la ciudad. Los ataques, según la investigación de HRW, no fueron esporádicos, ni llevados a cabo por elementos incontrolados del ejército. Al contrario, contaron con la planificación y dirección de los altos mandos de la ofensiva. El ejército ruso, que no participó directamente en estos ataques, sí que proporcionó el apoyo necesario para que se realizaran. Las bombas caían en los barrios que habían sido marcados para un avance de las tropas terrestres.
El régimen de El Asad niega que utilice armas químicas pero la ONU ha concluido que lo ha hecho en al menos tres ocasiones en el 2014 y el 2015. Posiblemente sean muchas más, como aseguran los rebeldes, pero no hay pruebas concluyentes.
Después de conquistar Alepo, El Asad concentra ahora sus tropas en la provincia de Idlib, último gran bastión de las milicias de la oposición. El ejército ruso, por su parte, abre el camino para que la infantería siria se acerque a Palmira, la ciudad romana en manos del Estado Islámico, que sigue destruyendo este patrimonio mundial de la humanidad. Las últimas imágenes muestran la desaparición de parte del Tetrapilón y el teatro.
El Asad, mientras espera que la victoria militar sea total, se apresta a restituir los símbolos de su poder absoluto. Ayer, por ejemplo, se destapó una estatua de su padre en la ciudad de Hama, monumento que la población derribó al inicio de la revuelta hace seis años. Hafez el Asad, que antecedió a su hijo en la presidencia de Siria, causó en Hama en 1982 la muerte de entre 10.000 y 40.000 personas que se habían levantado contra su dictadura siguiendo consignas de los Hermanos Musulmanes.
En este clima es meritorio que el enviado de la ONU, Staffan de Mistura, anunciara ayer que las conversaciones de paz en Ginebra se reanudarán el próximo día 23. No está claro quién asistirá. Rusia mantiene su propia mesa de negociaciones en Astaná.