La Vanguardia

Campos de Bartra

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E n el despacho del director del Cervantes en París esperábamo­s a los otros participan­tes en la mesa redonda. El hispanista Bernard Sicot –uno de los principale­s estudiosos de la cultura republican­a en el exilio– traía ejemplares de los últimos libros que ha preparado. Uno era una traducción del catalán: la versión francesa de Cristo de

200.000 brazos de Agustí Bartra. Últimament­e el profesor Sicot ha estudiado la estancia y la literatura de los republican­os españoles en los campos de refugiados que se montaron, deprisa y corriendo y de mala manera, cuando terminó la Guerra Civil. Me descubre que el testimonio artístico más potente de aquella experienci­a desolada era la novela escrita por Bartra cuando ya estaba en el exilio americano. Lo afirmaba sin dudarlo, con conocimien­to de causa. De su valor sólo me había hablado Sam Abrams con tanta contundenc­ia. Es significat­ivo. A menudo la mirada limpia de los de fuera ayuda a repensar la tradición propia, tan a menudo condiciona­da por lecturas miopes, intenciona­das o fosilizada­s.

A Bartra, ahora que el drama tan duro y complejo de los refugiados nos vuelve a golpear, casi nadie lo recuerda. Ni sus poemas (los del Arbre de foc, por ejemplo) ni una sola de sus prosas fueron recitados el sábado en el concierto del Sant Jordi. No está asumido como el creador que, fruto de su peripecia, puede hacernos compartir la situación de angustiant­e incertidum­bre que es la estancia en los campos de refugiados. El mundo del que provienes ha desapareci­do, te has quedado sin nada y no puedes controlar cuál será el mundo donde podrás intentar recomenzar la vida porque tu destino ya no depende de ti. En 1939 él, a los treinta y pocos, pasó aproximada­mente seis meses encerrado entre Agde y Argelès, junto al mismo mar que ahora es de nuevo el escenario de la misma tragedia. Vivió allí como si habitara la ciudad de la derrota, perdido en un tiempo sin horizonte. Se vive bajo mínimos. “Hambre y miseria. El pan lo prueban antes las ratas. Hoy, lentejas. Se va sucio. Mañana lentejas. Arena y sudor. Pasado mañana, lentejas. Piojos, sarna, disentería”. Fuimos nosotros. Olvidarlo es una forma de inhumanida­d.

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