La verdad regresa siempre del exilio
La confusión se ha instalado en las sociedades democráticas en las que se ha roto el hábito de la ponderación para determinar el peso de cuanto ocurre situándolo en su contexto. La mentira se combate con la mentira y conduce a la confusión. Pero la mentira no tiene la última palabra.
Lo inesperado está ocurriendo con más frecuencia que nunca en las democracias occidentales. Nadie habría pensado hace tres meses que Emmanuel Macron tendría grandes posibilidades para batirse con Marine Le Pen en las presidenciales de Francia. Macron es un alto funcionario que ha pasado por la banca Rothschild y ha sido ministro de Economía del presidente Hollande. Dimitió hace siete meses, no tiene un partido detrás y ahora es un candidato bien situado para llegar al Elíseo. Los pronósticos son inútiles como lo fueron con el Brexit, con Trump y con Renzi. Tampoco se acertó con Rajoy, que nos hizo vivir diez meses en funciones y ahora gobierna desde la debilidad parlamentaria, pero gobierna.
No son tiempos para futurólogos, voluntaristas o sentimentales. La velocidad de los cambios nos atrapa y se requieren mecanismos de control igualmente rápidos si se pretende evitar el caos. Se dice que las mentiras circulan por el subsuelo de las redes sociales cambiando el destino de los pueblos encumbrando a personajes incompetentes.
Pero también transitan las verdades que son más potentes que las falsedades. Donald Trump negó que Rusia tuviera nada que ver con su campaña. Sus impetuosos tuits no han frenado que cesara a su consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, tras 24 días en el cargo, al verificarse que, efectivamente, tuvo muchos contactos con representantes de Putin que han podido influir en su victoria.
La réplica a las mentiras de Trump no sale de los ímpetus de las redes sociales, sino del periodismo contrastado con la realidad. Trump dijo dos días después de tomar posesión que “los periodistas están entre los seres humanos más deshonestos de la Tierra”. En la misma proporción, probablemente, que en el resto de profesiones.
Pero en el periodismo se encuentra la clave para combatir esa indiferencia a la verdad que lo invade todo. Es el periodismo, con todos sus defectos, el que puede revelar todos los abusos del poder. No con “hechos alternativos” sino con realidades comprobadas.
Sostengo que la situación incierta que vive Catalunya se habría evitado en buena parte si desde el comienzo del proceso simplemente se hubieran dicho las cosas por su nombre. Si hubiera habido menos astucia y más inteligencia política. Si Rajoy no hubiera impulsado la querella contra el Estatut y si Mas hubiera bajado de su pedestal mesiánico en el que cree todavía encontrarse. La conspiración de las mentiras envía la verdad al exilio, del que, por suerte, siempre regresa.