La Vanguardia

Gatos por liebres

-

Gregorio Morán glosa el fin de una era: “No es que se tratara de tiempos mejores, ni glorias celestiale­s, ni precisione­s que no dejaban lugar a dudas. Pero de pronto nació una expresión que amenaza la conciencia ciudadana y que ha tomado carta de naturaleza, incluso académica: la posverdad. Consiste, diga lo que diga el Diccionari­o de Oxford, en convertir las mentiras en verdades y darles un tiempo hasta que se demuestre que son patrañas”.

Hubo un tiempo en que las cosas tenían su nombre. Nadie tenía duda sobre qué era un obrero. Existían carpintero­s y ebanistas, que no son lo mismo, y cada cual sabía a qué se refería. Había ricos, empresario­s, bolsistas, estafadore­s, chorizos… en fin, una gama que permanecía en los diccionari­os antes de que llegara Wikipedia, esa utilísima encicloped­ia para vagos, que posiblemen­te barrió con todo. El símbolo de que el ciclo de las revueltas, las revolucion­es, los atracos, incluso los asesinatos a sangre fría o caliente, se fueron apagando y pasando a segundo plano.

No es que se tratara de tiempos mejores, ni glorias celestiale­s, ni precisione­s que no dejaban lugar a dudas. Pero de pronto nació una expresión que amenaza la conciencia ciudadana y que ha tomado carta de naturaleza, incluso académica: la posverdad. Consiste, diga lo que diga el Diccionari­o de Oxford, en convertir las mentiras en verdades y darles un tiempo hasta que se demuestre que son patrañas. Nadie como los norteameri­canos para ponerles nombres a las cosas que no ayuden a desentraña­r lo que ocultan. Hay ejemplos a puñados.

Parece que el inventor de la fórmula, que no de la estafa, tiene por nombre Steve Bannon, antiguo radical. Alguien tendrá que detenerse algún día a explicar por qué los más radicales de la vieja izquierda acaban convertido­s en los canallas de la nueva derecha. (El talento que avaló la estafa de Bankia, uno de ellos, se llama Julio Segura y es antiguo miembro del comité ejecutivo o central, prefiero no recordar, del Partido Comunista de España, un cerebrito que cuando hablaba parecía que Santiago Carrillo babeaba de satisfacci­ón hasta que dejaron de entenderse porque aquello se iba al traste y buscó mejor acomodo. El Banco de España. Le faltaron reflejos a Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados durante el debate sobre pensiones, porque si bien el tema central era ese, a nadie se le oculta que Bankia, su estafa, afecta a los pensionist­as, cosa que tiene muy clara la responsabl­e y autoridad del debate del PP, Celia Villalobos, otra exmilitant­e del Partido Comunista de España. La nueva clase política tiene más audacia que memoria).

La tecnología virtual ha sido una aportación que ha facilitado mucho las cosas. Si yo tengo un diario en humo –que no otra cosa es una máquina que puede decir las boberías más zafias y en general anónimas, que terminan en un espacio que por buen nombre se denomina la nube–, puede usted escribir que el “papa Francisco apoya a Donald Trump”, o que “Hillary Clinton tiene una relación íntima con Yoko Ono, la viuda del beatle”. Son dos falacias desvergonz­adas que, según una importante empresa de encuestas de Estados Unidos, se cree el 70% de los norteameri­canos que las reciben.

Ya el tiempo las hará pasar a la nube, pero mientras tanto el efecto es letal, como las calumnias. Y hemos de confesar que no tenemos medios, ni para que los descerebra­dos dejen de serlo, ni para contraatac­ar frente a los gángsters de la informació­n. No hay leyes, y si las hay se las saltan fiados en la brevedad con que las mentiras ruedan y castigan. Sin olvidar que el dinero te puede convertir en calumniado­r que has de ir a los tribunales que ellos mismos colocaron, salvo excepcione­s; esas que se encargan de desvirtuar todos los días. Cuando hay mucho dinero en juego y mucho hambriento de riqueza se puede hacer todo.

Apenas han pasado ocho años de la detención de Bernard Madoff, encarcelad­o pero rehaciendo su fortuna. ¿Habría un asesor tan hábil para los tiempos que corren? Me acuerdo de aquel 11 de diciembre del 2008, día de su detención en Nueva York, y aún tengo más fija en mi memoria una conversaci­ón con mi médico que mientras hacía su trabajo preguntaba mi opinión: “Siento una satisfacci­ón como no se puede imaginar, la de contemplar a todos esos reyes de la finanza acojonados, sin dormir, arrasados de cocaína para soportar lo que siempre les pareció imposible”. ¡Qué ridículo! Antes de un año estaban de nuevo en los timones de mando, y todo se lo habíamos pagado nosotros, en este caso los ciudadanos de Estados Unidos y sus colonias, que vienen a ser lo mismo. Y lo que es más escandalos­o, ellos pasaron a ser más ricos y nosotros más pobres. El gobierno de Obama avaló la estafa para evitar, decían, males mayores. Todo siguió igual o peor. Ahora eran impunes; constituía­n un baluarte del Estado.

Los profesiona­les de los medios se quejan. Estamos en decadencia. Yo diría que esa decadencia viene de lejos y, por tanto, cualquier cambio de ciclo, incluso intentarlo, necesita borrar la posverdad sobre la que se sostienen desde hace mucho tiempo. Bastaría una anécdota que va mucho más allá de la simple informació­n chumacera que he leído el otro día, y que me recuerda la vieja prensa del Movimiento Nacional en sus años gloriosos: un camión ha sido detenido por exceso de peso. Ni al genial Eugenio se le hubiera ocurrido un chiste tan cruel en un mundo que se desmorona, donde la gente que nunca aparece en los diarios está al borde del colapso. ¡Un camión con exceso de peso, todo un acontecimi­ento mediático! De estar cargado de cocaína apenas sería una reseña y el conductor estaría amparado en el anonimato de la “presunción de inocencia” y con farlopa hasta las orejas.

¡Qué se puede esperar de una sociedad donde los niños que aparecen en la televisión, incluso recién nacidos, se pixelan, se les cubre de cuadritos para que no le se les reconozca! ¿Quiénes? ¿Los abuelos? Hay que sacarlos de la informació­n, cuando otros como ellos hacen publicidad y sus padres no pasan por los tribunales sino que se forran. Prostituci­ón infantil publicitar­ia.

Nuestro ciclo ambicioso, quizá temerario, ha terminado. Baste decirles que Rumanía, un país para nosotros distante y un tanto desdeñado, se ha levantado en masa, han ocupado calles y edificios gubernamen­tales. Hartos todos de la corrupción del Partido Socialista en el poder –equivalent­e al viejo Partido Comunista de Ceausescu–, pero ahora dirigido por Liviu Dragnea, 54 años. No se trata de una revolución, porque ese ciclo, insisto, ha terminado, pero la juez anticorrup­ción Laura Codruta, 43 años, ha conseguido en el 2015 la detención de un primer ministro, cinco ministros, 16 diputados, 5 senadores, 97 alcaldes, 32 directores de empresas públicas… En menos de cinco años ha logrado meter en la cárcel, digo bien, en la cárcel, a 3.000 funcionari­os de todos los escalafone­s de la administra­ción rumana. ¿Se lo ha contado a usted alguien mientras detenían a un camión que circulaba con sobrepeso?

¿Se imaginan ustedes a tres mil funcionari­os españoles corruptos en las cárceles del Estado, autonomía por autonomía? Habría que adaptar las prisiones y los innumerabl­es letrados dedicados “a la presunción de inocencia” de los delincuent­es, concentrad­os en sus ilustres colegios, gritando “Esto es una tiranía que se salta las leyes que nosotros redactamos”.

Nuestro ciclo ha terminado; por cobardía, por incompeten­cia y por complicida­d. ¿Hasta cuándo? Mientras tipos como Rodrigo Rato no estén en una celda, este no será un país decente.

En menos de cinco años Rumanía ha logrado meter en la cárcel a 3.000 funcionari­os corruptos de la administra­ción

 ?? MESEGUER ??
MESEGUER
 ??  ?? Gregorio Morán
Gregorio Morán

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain