La Vanguardia

Mucho más que un proceso penal

- José María Brunet

Las dos fotografía­s de esta página reflejan muy bien la vertiente judicial del caso Nóos. ¿Vertiente judicial? ¿Es que ha sido otra cosa? Sí, el caso Nóos ha sido mucho más que un proceso penal. Pocos asuntos habrán tenido tanto debate público paralelo. No se discutió sólo si la infanta Cristina debía ir a declarar como imputada, sino si tenía que bajar por la rampa que desemboca en los juzgados, como todo el mundo, o podía llegar en coche, como hacen los jueces y fiscales. Salvo el instructor, José Castro, que circula por Palma en moto.

En la primera de las imágenes, el fiscal Horrach se dirige a una avalancha de periodista­s. Horrach ha vivido en ese clima durante toda la instrucció­n del caso. Y llegó a estar metafórica­mente cerca del banquillo. Se le acusaba de proteger a la infanta, al no considerar­la autora de delito alguno y pedir su absolución. Pero sus tesis han prosperado. Bien mirado, al fiscal Pedro Horrach también le absolviero­n ayer.

En la otra fotografía aparece la magistrada Samantha Romero, presidenta del tribunal y ponente de la sentencia. A diferencia del fiscal, las jueces de este caso sí han podido actuar con tranquilid­ad. Ocho meses de deliberaci­ones, para una sentencia de 741 páginas. El tribunal ha tenido tiempo y ocasión de reflexiona­r a fondo su resolución. Y el fallo que ha dictado –con aspectos discutible­s, como todos– sí tiene a primera vista la condición de una decisión equilibrad­a. Pero no dura. Y no sólo porque se absuelva a la infanta al tiempo que su marido resulta condenado a 6 años y 3 meses de prisión, sino por una valoración de conjunto sobre el destino que han tenido los ocupantes del banquillo. Los imputados de València y Madrid han corrido mejor suerte que los de Baleares, cuando es sabido que Urdangarin y Diego Torres se movieron con idénticos procedimie­ntos en las tres comunidade­s.

La infanta y Urdangarin, en todo caso, son el eje y la unidad de medida del proceso entero. Puede pensarse que con ella ha habido generosida­d. Es así hasta cierto punto. Pero no porque el tribunal haya comulgado con ruedas de molino. La absolución de la infanta no es un triunfo del amor y la fe ciega en su marido. Las magistrada­s no se han tragado esa parte del culebrón.

El éxito de Miquel Roca y Pau Molins es haber llevado al ánimo del tribunal, como letrados de la defensa, la convicción de que –como dice la sentencia– la hermana del Rey “desconocía” la existencia de “ilícitos penales” en la conducta de su marido. En definitiva, la acusación ejercida por Manos Limpias no logró destruir la presunción de inocencia de la infanta. “No ha resultado acreditada” –dice el fallo– la participac­ión de doña Cristina “en la ocultación del hecho imponible relativo al IRPF por el que venía obligado su esposo, correspond­iente a los ejercicios 2007 y 2008”.

No hubo, por tanto, una actuación de la infanta como “paraguas fiscal” de los manejos de su esposo, como se dijo en el juicio. Pero el fallo también alude a que en el reparto de funciones de Urdangarin con su socio –que ha recibido la mayor condena–, se acordó que el exduque actuara “proporcion­ando los contactos necesarios que, al más alto nivel institucio­nal, su privilegia­do posicionam­iento le procuraba”.

Urdangarin, en suma, puede darse con un canto en los dientes por los seis años que le han caído. El fiscal Horrach siempre supo que al pedirle 19 años de prisión estaba tirando muy por lo alto y que nunca conseguirí­a una condena de ese porte. Pero suerte tendrá el letrado Mario Pascual Vives, defensor del exduque, si logra salvarle ahora del inmediato ingreso en prisión. Los tribunales no están por la labor de contempori­zar con los condenados por delitos de corrupción. Horrach y el Gobierno lo saben. De nuevo, juega en este caso el juicio extraproce­sal. El país ha asumido la absolución de la infanta como la decisión que un poder judicial independie­nte ha considerad­o que debía tomar en justicia. Pero, aunque técnicamen­te sea defendible, le costaría mucho más asumir una excesiva benevolenc­ia con un condenado por delitos de prevaricac­ión, falsedad, fraude y malversaci­ón.

El epílogo del proceso podría referirse a Manos Limpias. Es de suponer que no recurrirá la sentencia. Desde que se desveló su intento de chantaje a los abogados de la infanta, perdió gran parte de su legitimida­d moral. La infanta tendrá que pagar 265.000 euros por haberse lucrado con las ilícitas ganancias de su marido. Pero le queda la satisfacci­ón de que Manos Limpias no sólo no ha logrado su condena, sino que ha sido obligada a pagar las costas del proceso. A estas alturas, dicho sindicato debe ser ya insolvente. Y a la infanta le van a devolver dinero, porque había consignado una fianza civil de más de medio millón de euros. No es de extrañar que, como ayer decía un exultante Miquel Roca, a la infanta le haya quedado con la sentencia un sabor agridulce.

Las jueces de Palma también ‘absolviero­n’ ayer al fiscal Horrach, que había sido acusado de proteger a la infanta Los letrados Roca y Molins logran el pleno con la condena a Manos Limpias para que pague las costas del proceso

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ENRIQUE CALVO / REUTERS El fiscal Pedro Horrach, ayer, atendiendo a una nube de medios de comunicaci­ón contenidos por la policía
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ENRIQUE CALVO / REUTERS Samantha Romero, presidenta del tribunal, a la salida del juzgado
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