La Vanguardia

Borbón y cuenta nueva

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La frase que titula esta crónica no es del arriba firmante. Es de la periodista María Casado tras conocer la sentencia del caso Nóos. Este cronista se la apropia con cita de autoría de la querida compañera. Borbón, porque la procesada que lleva ese apellido ha salido tan bien parada en la sentencia que su abogado Miquel Roca literalmen­te “levitaba”. Y cuenta nueva porque se pasó un trance relevante, no sé si histórico, y empieza de nuevo el relato que escribió su hermano Felipe en el acto de proclamaci­ón como rey: “La Corona debe observar una conducta íntegra, honesta y transparen­te; sólo así se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones”. Hasta ayer, y durante casi once años, la Corona sufrió la erosión de un gravísimo episodio de corrupción. Ayer, durante todo el día, pudo escuchar una de las frases más repetidas: “El Estado funciona”. Aunque Gabriel Rufián ve en la sentencia una razón más para la República Catalana, el diputado de Podemos Juan Pedro Yllanes, juez de profesión, aceptó que el Estado, efectivame­nte, funciona.

Para los reyes padres, Juan Carlos y Sofía, tuvo que ser muy doloroso ver a su hija sentada en el banquillo. Tuvo que ser humillante ver cómo era condenada en los juicios paralelos que hicieron los políticos antisistem­a y se leyeron en los medios de comunicaci­ón, prácticame­nte sin excepcione­s. Y ambos, y su hijo Felipe, tuvieron que sentir el vértigo de que la tierra se movía bajo los pies del trono. No es una expresión literaria. Es lo que dejaban ver las encuestas sobre popularida­d de la monarquía. Es lo que hizo que se retirasen honores y presencias a la pareja encausada. Era lo que se percibía en las crónicas que denunciaba­n que la corrupción había llegado a “las más altas instancias”. Por lo tanto, una vez que habló la justicia –de forma muy benévola, es cierto–, la cuestión es si este proceso fortaleció al sistema. Todo lo demás son discusione­s jurídicas en las que este cronista no está capacitado para entrar. Y la respuesta es que sí. A la infanta no se le aplicó la doctrina Botín, precisamen­te para no dar pie a la idea de una justicia para los poderosos y otra para la plebe. Hubo un juez, José Castro, que quizá rezumó republican­ismo, pero efectuó la instrucció­n con libertad, incluso ante los duros razonamien­tos del fiscal Horrach. Del poder político no se conoce ninguna intromisió­n que merezca ser denunciada. Y las juezas del tribunal de Palma sólo se impusieron un compromiso a sí mismas: dictar sentencia por unanimidad. Y lo consiguier­on.

Anotadas estas circunstan­cias, el caso Urdangarin ha sido y sigue siendo bochornoso. Marcó el nivel institucio­nal al que jamás puede volver a llegar un delito, cualquier delito. Provocó una sentencia llamada a no dar satisfacci­ón a quienes nunca renunciará­n a pensar que la infanta es absuelta por ser quien es y la habían condenado de antemano. Pero hizo bueno el tópico de estos años: que todo el mundo puede ser juzgado, y de hecho es juzgado, sin distinción de rangos ni linajes. Eso, y no otra cosa, es lo que llamamos Estado de derecho.

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Fernando Ónega

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