Periodistas
Carl Bernstein cumplió 73 años. Así constaba en los periódicos del martes que recordaban a uno de los periodistas de referencia del siglo XX. Junto a su colega Bob Woodward, Bernstein investigó el caso Watergate por el que cayó el presidente Nixon. Agosto de 1974. El mismo día y los mismos rotativos señalaban que, en la rueda de prensa del día anterior, los informadores elegidos por Donald Trump para preguntar al presidente no incidieron en ningún momento sobre el escándalo Flynn.
Quedaron doblemente mal. Horas después, el más breve consejero de Seguridad Nacional de la historia de Estados Unidos dimitía por mentir de manera reiterada. Lo hizo cuando negó haber mantenido conversaciones con el embajador de Rusia durante la campaña electoral para transmitirle que, con Trump en el despacho oval, Washington anularía las sanciones impuestas por Obama a Moscú a causa del espionaje digital. Por si fuera poco, Flynn siguió mintiendo después cuando el vicepresidente en persona le preguntó por dos veces por esta cuestión. Las conversaciones grabadas le desmintieron y tuvo que irse a casa.
A diferencia de lo sucedido hace cuatro décadas largas, no fue la malvada prensa insultada diariamente por Trump la que forzó el cese, sino un probable ajuste de cuentas entre agencias de investigación que se la tenían guardada al general de cuando este dirigió esos servicios militares. Auspiciado por Obama, se revolvió contra él por haber sido apartado y se pasó a comentarista de Russia Today. Por eso la especulación de si realmente es él y no Trump el auténtico amigo americano de Putin o incluso el caballo de Troya del Kremlin en la Casa Blanca.
Vemos, pues, las dos caras del periodismo el mismo día en un mismo medio. El septuagenario y osado Bernstein del Watergate removiéndose al ver a algunos de sus acomodados compañeros obviar su obligación de preguntar lo que debían y quedarse fuera de juego al imponerse los hechos. Periodistas que quizá buscan su zona de confort alrededor del nuevo poder o ya son cómplices de él.
A eso hay quien lo llama crisis del periodismo. No lo es. Es una crisis de periodistas, medios y empresas pero no del oficio. Su mal uso le perjudica, por supuesto, pero no le pone en peligro. Al contrario. Si estos embistes motivan lo suficiente el periodismo puede recuperar la esencia de sus orígenes y plantarle cara a cualquier manipulación a través de la investigación rigurosa, la denuncia obligada y la obligación inquebrantable. De lo contrario, fenómenos como los de tantos Trump como cabalgan, impondrán sus “hechos alternativos”, sus miradas interesadas y su negación de la realidad utilizando, como hacen, las redes sociales convertidas en nuevas vías de propaganda. En este sentido, veamos también a Donald Trump como uno y trino. Él ya es en sí mismo mensaje, medio y mensajero.
Veamos también a Trump como uno y trino; él ya es en sí mismo mensaje, medio y mensajero