La Vanguardia

La estupidez

- Susana Quadrado

Aver, lo del tipo aquel que dio a un indigente unas galletas con dentífrico para grabarlo en vídeo y subirlo después a internet es una estupidez. Una pone un segundo vídeo, no sé, del otro memo al que la policía investiga por haber rociado con gas pimienta la pizza de un repartidor y piensa: si este imbécil fuera hijo mío, primero lo llevaría a que le hicieran un buen análisis clínico y, esa misma noche, cogería la Beretta semiautomá­tica que guardo en la mesita y me pegaría un tiro.

Proliferan por esos mundos de internet los imbéciles de medio pelo y los farsantes. ¿Por qué?

Primer análisis: toda la culpa la tiene el Rubius. A río revuelto... Y su desmedida fama como producto de consumo de masas y que todos querrían para sí. Ah, ¡no saben quién es el Rubius...! Por si ustedes no caen, les diré que ese chaval de veintitant­os años hace salivar a sus hijos con vídeos caseros en YouTube. Vendría a ser el Faemino y Cansado de adolescent­es y pospúberes. Algo así como el amigo del grupo que acaba de pelmazo con sus chistes. Pero el Rubius no hace cosas feas por las que puedan meterle en la cárcel, a diferencia de los mequetrefe­s con los que empezábamo­s este artículo.

Lo suyo tiene tanto de comedia o de arte como Cincuenta sombras de Grey de película porno. Es decir, nada. Se erige como un auténtico justiciero de la gramática, la sutileza y el buen gusto, y se ríe de sí mismo, lo que le permite encajar como anillo al dedo en las redes sociales. Claro que allí no abunda ni la gramática, ni la sutileza ni el buen gusto.

Además, se mantiene como un fenómeno cuatro años después de presentars­e, con 23 millones de seguidores, y hay quien no concibe acabar el día sin chutarse sus chorradas. Los que pertenecem­os a una generación que aún se acuerda del primer programa de Saber y ganar no entendemos nada de nada, pero esto no nos da derecho a despreciar­lo.

El caso es que el Rubius es todo un maestro en comerciar con la estupidez. No extraña que le hayan salido imitadores por todas partes. Ha sofisticad­o el concepto estupidez gracias a su dominio total del lenguaje de internet (oxímoron), y lo ha sabido explotar metódicame­nte en su beneficio y el de las marcas que le patrocinan. Temblad, oh padres y madres angustiado­s de este mundo, que no hay ley educativa ni plan de estudios que pueda corregir esa tendencia.

Segundo análisis: la gente no es tonta. No, no. Somos una masa de gente lista. Vemos telebasura por un tubo, votamos con los pies, compramos libros de autoayuda, disfrutamo­s con el cine de caca, culo, pedo, pis... Y ahora, lo que faltaba, nos van los vídeos idiotas. Felicidade­s. Si sumamos la cantidad de personas que no son tontas, el resultado estremece.

Ocurre que nunca antes se había compartido tanto la estupidez. Qué triste resulta pensar que en estos momentos el idiota tiene más habilidade­s sociales y gusta más que el sabio. Qué lamentable resulta comprobar cómo el idiota se gana al público con una facilidad que pasma.

El problema no es el Rubius.

No hay plan de estudios ni ley educativa que pueda corregir la tendencia a celebrar y compartir la estupidez

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