Entre partido y partido, un funeral
El pabellón deportivo de Constantí acoge los entierros del pueblo desde que, hace un año, tuvo que cerrarse la iglesia
Las misas y los funerales más íntimos se celebran en lo que antes era la sala de actos de la parroquia. Un mantel blanco cubre las neveras y el mueble bar. Se ha improvisado un altar. En el pasillo, una cortina esconde la puerta del ascensor y mosén Joaquim Claver confiesa a los feligreses en un rincón, donde ha instalado un pequeño banco de madera. Desde que, hace casi un año, tuvo que cerrarse la iglesia de Constantí por razones de seguridad, la parroquia acoge las ceremonias religiosas. Pero en este local reconvertido en templo no caben más de cien personas, así que los funerales más concurridos tienen que celebrarse en el pabellón deportivo del pueblo.
“Es un lugar incómodo, pero es lo que tenemos... La gente es comprensiva pero, evidentemente no es lo que nos gusta”, dice el rector. Entre las clases de zumba, de gimnasia, los entrenos, los partidos, los campeonatos de gimnasia o de tiro, un entierro. Las familias que prevén que la sala de actos de la parroquia se quedará pequeña, contactan directamente con el Ayuntamiento, que es quien gestiona y encaja el funeral dentro de la actividad ordinaria de la instalación deportiva.
En el parquet se instala un altar provisional y las sillas. Mosén Claver se encarga de llevar los elementos sagrados y los accesorios para la celebración: el cáliz, la patena, la cruz del altar, las velas, el misal... Desde marzo del año pasado se han celebrado en el frío y desangelado pabellón una docena de funerales, y otros tantos en el local de la parroquia, donde también ha habido una quincena de bautizos. “Bodas no, porque la gente prefiere ir a un sitio más bonito...”, dice Claver. Las comuniones, tampoco. Se celebran en Centcelles.
La situación no es fácil desde que, en el 2016, se tomó la decisión de cerrar la iglesia de Sant Feliu de Constantí. No podía hacerse otra cosa: corría peligro la integridad de la gente. Cuatro años antes, había aparecido una grieta que se fue abriendo afectando seriamente algunos elementos principales de la estructura: la bóveda y los arcos. “Aquel mismo año se tuvo que apuntalar el arco del coro, el rosetón, la portalada... y luego empezaron los estudios, las prospecciones para ver el alcance de la grieta”, cuenta el rector.
Se creó una comisión mixta de arquitectos y técnicos (tres de la parroquia y tres del Ayuntamiento) para abordar el problema. Reparar la iglesia –consagrada en 1749, de estilo barroco, con la huella del arquitecto Jujol y declarada Bé Cultural d’Interès Local– supone una inversión de más de dos millones de euros. “El problema es la inestabilidad del subsuelo, habría que asegurar toda la edificación, levantar el pavimento, debajo hay más de 40 tumbas...”, explica.
Cerrado el templo, que tenía capacidad para 345 personas, la alternativa de urgencia consistió en adecuar el local de la parroquia, unos bajos frente al Ayuntamiento de Constantí. Una cita bíblica, “El mestre és aquí i et crida”, preside la puerta de la sala de actos ahora convertida en iglesia provisional. Allí se ofrece la misa diaria y tres los fines de semana.
Dada la magnitud de la inversión que requiere reparar la iglesia de Sant Feliu, el rector se reunió con el Arzobispo de Tarragona para estudiar otra opción: recuperar el edificio que hay al lado de la parroquia: donde se construyó la primera iglesia del pueblo. “Funcionó durante 81 años, desde 1668 y hasta 1749 y tendría capacidad para 170 personas”, apunta el rector. Esta opción podría rondar el medio millón de euros, explica el párroco, pero los trámites son lentos. Hace tres semanas que espera una respuesta de la administración. “Habrá que tener paciencia, aquí también habrá que hacer un estudio arqueológico, todo requerirá su tiempo...”, advierte. Y mientras, entre entreno, partido y concierto, seguirá habiendo entierros en el pabellón.
Un mantel cubre el mueble bar de la sala de la parroquia, donde ahora se celebran las misas