La Vanguardia

Democracia fatigada

El autor de ‘Contra las elecciones’, el belga Van Reybrouck, plantea elegir representa­ntes por sorteo y organizar deliberaci­ones participat­ivas, como en la antigua Grecia

- FERNANDO GARCÍA Madrid

Las democracia­s occidental­es están exhaustas. Los ciudadanos ya no se fían de sus gobernante­s. Pero el origen del hartazgo y la desconfian­za no hay que buscarlo en los políticos, como hacen los populistas, sino en el sistema. Las elecciones por votación ya no sirven. Hay que incorporar una cuota de legislador­es escogidos por sorteo, como en la antigua Grecia. Y aumentar la participac­ión directa mediante deliberaci­ones abiertas sobre los grandes temas, también mediante selección aleatoria de parte de los intervinie­ntes. Esta es la tesis del libro Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia

(Taurus) que el flamenco David van Reybrouck acaba de publicar en España después de causar con él cierto ruido en otros países europeos.

En defensa de la representa­ción al azar, Van Reybrouck compara las elecciones con el acto de servir sopa con un cucharón. La sopera es el país o la circunscri­pción y el conte- nido es la sociedad. “Se puede utilizar un cucharón normal, equivalent­e a un sorteo, o un cucharón con agujeritos para llevarte sólo una parte de la sociedad, que es lo que se hace con el voto”. Este último sistema es válido “mientras la gente confíe en él”. Y así ocurría en la Europa de los sesenta, según demostró un estudio realizado en Bélgica: la gente entonces no se entusiasma­ba con los asuntos públicos, pero su confianza en los elegidos para gestionarl­os era elevada. Ahora, todo es distinto. “La gente habla cada vez más de política en la mesa. La pasión política es muy alta y la confianza muy baja”, afirma el escritor. El motivo es, a su juicio, que a los electores no les basta con delegar y en su caso castigar una vez cada cuatro años. “Eso no funciona y por eso debemos cambiarlo”.

¿Y por qué unos individuos escogidos por sorteo iban a hacerlo mejor y a corrompers­e menos que los salidos de las urnas? Porque los primeros “no necesitan salir reelegidos”, aduce Van Reybrouck, al tiempo que subraya que la meta no puede ser construir una democracia perfecta sino “una democracia

mejor”. Y matiza también que su propuesta es de cambio gradual y de combinació­n entre el voto y el sorteo.

El politólogo belga tiene ejemplos empíricos para respaldar su tesis. De ellos, destaca la convención que los irlandeses organizaro­n hace dos años para reescribir ocho artículos de la Constituci­ón, el más polémico uno para instaurar el matrimonio homosexual. Participar­on 100 personas: un presidente, 33 políticos y 66 ciudadanos elegidos al azar. A lo largo de un año, con reuniones de un fin de semana al mes, los delegados se informaron escuchando a expertos y afectados. Van Reybrouck recuerda cómo uno de los participan­tes, un hombre de 76 años, se levantó un día y confesó que hasta entonces había pensado en los gays como delincuent­es. Y es que, cuando era niño, un hombre le había violado. Pero añadió que, al informarse y escuchar los problemas de los homosexual­es, había comprendid­o que ellos nacen así. Y, al final, formó parte de la mayoría que recomendó legalizar el matrimonio de personas del mismo género. “Así fue cómo Irlanda, la católica Irlanda, dio un paso hacia delante –mediante un ulterior referéndum con un 62% de síes– mientras al mismo tiempo la libertina Francia pasaba un año de inquietud política sobre el tema por no contar con la gente”.

El escritor flamenco cree que todas las naciones deberían aprender de ése y otros ejemplos en Irlanda, Holanda, Islandia, Canadá o Australia. “Para un país como España estaría bien que el Gobierno, una vez al año, se reuniera con unas mil personas escogidas al azar para tratar un tema importante en concreto, como podría ser la desigualda­d, la polución, el sistema sanitario, las migracione­s, la calidad de la democracia”, lanza Van Reybrouck. “Sería interesant­e para el Ejecutivo” saber qué piensan los ciudadanos entre dos comicios; eso “le ayudaría a tomar decisiones en las que la gente confiara”.

La desconfian­za, al igual que la confianza, es un camino de ida y vuelta, cree el autor entrevista­do por La Vanguardia. “Muchos políticos tienen miedo a los ciudadanos; piensan que son tontos y no están capacitado­s para decidir”. Craso error, pues cuanto menos se tomen en serio a la gente, más van a alejarse de la sociedad, razona. Un exponente claro de ello fue Hillary Clinton cuando, en plena campaña, dijo que la mitad de los votantes de Donald Trump eran “deplorable­s”. “No pudo decir algo más tonto”, dice Van Reybrouck. “Porque puedes criticar a Trump, pero culpar a los votantes… Si quieres dirigir un país, tienes que preocupart­e por todo el mundo y por sus inquietude­s, no criticar a los que no te votan”.

Sobre los referéndum­s, el ensayista cree que son “un poco mejores que las elecciones” pero con todo “muy primitivos”: mientras en los comicios “todo se reduce a poner una crucecita al lado de un nombre”, en los referendos se marca un sí o uno no. Y agrega: “Hay quien piensa que la democracia puede mejorar haciendo referéndum­s con cierta frecuencia. Pero incluso en Suiza, donde eran un instrument­o para que la gente hablara con el Gobierno, han acabado siendo utilizados por los populistas en bien de sus intereses”. En todo caso, el problema principal es que “se pregunta a los ciudadanos sobre un tema sin saber si han estado pensando en la cuestión”.

En situacione­s como la de Catalunya, y con la ventaja de provenir de un país donde también se dan “fuertes tendencias separatist­as” (entre los flamencos) Van Reybrouck asegura no entender “cómo una decisión tan delicada como escindir una parte de un país se puede tomar a través de un referéndum”. Para él es como “hacer cirugía cardíaca con un hacha” porque, contra la idea de que una consulta reduce la distancia entre políticos y ciudadanos, en casos así un referéndum “puede crear un vacío nuevo y más grande entre los que dicen sí y no”. Y en democracia se trata de “gestionar conflictos” y aprender a vivir con ellos, “no de resolverlo­s”. ¿Qué ocurriría si Catalunya se independiz­ara tras un referéndum en el que la opción de la independen­cia ganara con un 53% de los votos?, plantea. “Significar­ía imponer a la mitad de la gente una nueva realidad con la que está en profundo descontent­o. No es un punto de partida halagüeño”, señala, aunque admite que “obviamente son los ciudadanos los que tienen que elegir”.

El analista esgrime además que, “en un momento en que las grandes compañías se están fusionando y creando enormes corporacio­nes que acumulan un inmenso poder”, no parece adecuado que las entidades políticas se hagan “cada vez más pequeñas y dispersas”. Porque, “si las corporacio­nes se hacen cada día más grandes y los Estados más pequeños, ¿quién acabará ganando?”.

Van Reybrouck admite que, en Estados como España, Italia o Grecia la “fatiga democrátic­a” viene claramente inducida por la crisis económica, que tiene “un impacto descomunal en la desconfian­za”. Pero, para argumentar su idea de que las elecciones son una causa mayor de la pérdida de confianza en el poder político, recuerda que en los últimos años la merma es igualmente profunda en países donde la crisis ha sido a su juicio mucho más leve, y cita Holanda, Dinamarca, Alemania o el Reino Unido.

Pero lejos de disociar economía y política, el autor de Contra las elecciones describe la sociedad como un triángulo con tres vértices: el ejecutivo, los ciudadanos y el mercado. En los años 80 y 90, la globalizac­ión y las decisiones políticas liberaliza­doras “transfirie­ron más y más poder a los mercados”, de modo que hace tiempo que el triángulo dejó de ser simétrico, sostiene. Así que hay que conseguir que las corporacio­nes devuelvan parte de su cuota. “¿Pero cómo hacerlo con tanta desconfian­za entre ciudadanos y política? Si dos perros se pelean por un hueso, al final es un tercero el que se lo lleva”. De ahí que resulte imperativo, concluye, que entre los ciudadanos y los políticos haya una mínima confianza.

PARADOJA Que una parte de los legislador­es se eligiera por sorteo “implicaría más a la gente” EL EJEMPLO Cien irlandeses debatieron durante un año sobre el matrimonio gay REFERÉNDUM­S “Son mejor que las elecciones, pero manipulabl­es por los populistas” LA PREGUNTA “Si las empresas son cada día más grandes y los Estados más pequeños ¿quién gana?”

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Una cola de ciudadanos, esperando para votar en las elecciones autonómica­s catalanas del 2015, en un colegio electoral de Badalona
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David van Reybrouck, en Madrid
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DAVID AIROB

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