La Vanguardia

“Nos obligan a emigrar para morir”

- EUSEBIO VAL Roma. Correspons­al

“Nadie es un descarte; cada uno es indispensa­ble para el otro”, dice el arzobispo Paglia

Su foto apareció ayer en las portadas de los grandes diarios italianos. Fabiano Antoniani había anunciado que se hallaba en Suiza para poner fin a su vida. Pero la noticia dejaba un resquicio de esperanza. Antoniani debía someterse todavía a los dos exámenes médicos previstos por la ley helvética en el protocolo del suicidio asistido. No hubo, sin embargo, marcha atrás. A media mañana, un portavoz comunicó que el enfermo, moviendo los labios, había activado el mecanismo que introdujo en su cuerpo un cóctel letal de medicament­os. En poco tiempo se quedó dormido y luego falleció, “sin sufrir”.

El caso de Antoniani, un famoso pinchadisc­os que acababa de cumplir 40 años, ha vuelto a sacudir la conciencia de Italia, uno de los pocos países de Europa occidental donde aún no existe una reglamenta­ción sobre el testamento vital, menos todavía una ley que despenalic­e la eutanasia o el auxilio al suicidio. Esta situación se explica, en parte, por la fuerte presión ideológica que ejercen la jerarquía católica y el Vaticano, una influencia que condiciona también la actitud de los partidos políticos, del Parlamento y del Gobierno. Aunque la vida italiana se ha seculariza­do, en la práctica, a un ritmo parecido al de otras sociedades de Occidente, se mantienen ciertas reservas a la hora de legislar en temas éticos delicados como las uniones homosexual­es –autorizada­s hace poco–, el testamento vital o la eutanasia.

Antoniani, conocido como Fabo en el mundo de los disc-jockeys, no era un enfermo terminal. Podría haber vivido otros veinte años o más. Había decidido, empero, que su existencia no tenía sentido, que no era digna. Estaba tetrapléji­co y ciego desde el accidente de coche sufrido en junio del 2014. Un despiste –intentó coger el móvil que le había caído– le hizo chocar frontalmen­te contra otro vehículo. Pese a todos los intentos por recuperar algo de movilidad o de visión, Fabo se veía condenado a vivir siempre dependiend­o de los demás y sin hacer nada de lo que había soñado. “Me siento en una jaula”, decía. Pocos días antes de ir a Suiza, envió un mensaje de vídeo en el que afirmó: “El Estado nos obliga a emigrar para liberarnos de una tortura insoportab­le e infinita”. El pinchadisc­os, desesperad­o, escribió al presidente de la República y al Parlamento para que le permitiera­n dejar de ser alimentado y ser sedado hasta la muerte. No le respondier­on. Al no ser un enfermo terminal, no podían cumplir esa voluntad, que hubiera sido equivalent­e al suicidio asistido o la eutanasia, penadas en Italia.

Fabo, un personaje muy polifacéti­co y vital, que había trabajado como bróker y era un apasionado del motocross y de los viajes a India, recurrió a una clínica especializ­ada suiza. Lo llevaron desde Milán, en automóvil. El viaje duró apenas un par de horas. Le acompañaro­n su novia, Valeria, que no se ha separado de él desde el accidente, y un grupo de amigos, así como el tesorero de una asociación italiana que lucha por la legalizaci­ón de la eutanasia.

No es la primera vez que un caso de estas caracterís­ticas desata el debate en Italia. En el 2009 dio mucho que hablar Eluana Englaro, que llevaba en estado vegetativo 17 años, como consecuenc­ia de un accidente de tráfico. Hubo una larga batalla, librada por sus padres, hasta que finalmente se autorizó a que dejaran de alimentarl­a artificial­mente.

La Iglesia ha vuelto a dejarse oír esta vez, si bien con un tono moderado y respetuoso. El arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, declaró al diario La Stampa que una muerte como la de Antoniani “es una derrota amarga”, para el enfermo y para la sociedad. Paglia insistió en que “ningún hombre es una isla”. “No debemos olvidar que la vida de cada uno de nosotros está ligada a la de los otros –prosiguió el arzobispo–. Se necesita un amor apasionado que haga comprender que cada uno es indispensa­ble para el otro”. Según Paglia, la legalizaci­ón de la eutanasia y del suicidio asistido conllevarí­a el peligro de instaurar lo que el Papa califica como “la cultura del descarte”. “Nadie es un descarte –concluyó el prelado–. Debemos esforzarno­s en comprender­lo. Cada cual es necesario para el otro”.

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en su época de disc-jockey
. El mensaje. Fabiano Antoniani con su novia, Valeria, en el vídeo que hizo público días antes de viajar a Suiza. Abajo, en su época de disc-jockey

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