La Vanguardia

Plan o estrategia

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

Uno de los problemas de la política moderna es que tiene más capacidad para trazar planes que para elaborar estrategia­s. El peligro de dejarlo todo a merced de un plan queda perfectame­nte observado por el boxeador Mike Tyson: “Todo el mundo tiene un plan... hasta que te parten la cara”. Un plan implica una sucesión de acciones que, una tras otra, permiten al que las ejecuta tener seguridad en lo que está haciendo. En cambio, una estrategia se hace necesaria cuando una persona, o varias, busca frustrar nuestros planes o cuando pretendemo­s lograr un objetivo complejo. Una estrategia siempre evoluciona, muta y se adapta a los avatares, mientras que un plan suele ser tozudo. El plan sólo ve el objetivo final que se desea alcanzar, mientras que la estrategia tiene una especial preocupaci­ón por el punto de partida. Esta sutil diferencia­ción es observada por Lawrence Freedman, profesor de Historia Militar en el King’s College de Londres, en su libro Estrategia, una historia. Si seguimos el hilo de su razonamien­to, Trump tiene un plan. Le gusta pelear en un ring sin que nadie lo ayude, a lo Tyson. La colaboraci­ón como método de actuación ha cuajado en la sociedad, mientras que en las élites la doctrina del más fuerte vuelve a imponerse. Importa poco que los costes sean altos mientras se gane. Es el uso de la fuerza.

Las vapuleadas y desprestig­iadas “hojas de ruta”, casi ya vacías de significad­o, hablan casi siempre de planes fracasados. Para ganar credibilid­ad ante los ciudadanos, la política apela a seguir una “hoja de ruta”: el plan. Hay tanta acumulació­n de planes políticos con objetivos inalcanzab­les que la estrategia nunca se pone en marcha. Alemania tiene una estrategia, Francia un plan, Italia varios planes, el Reino Unido ahora tiene un nuevo plan, el Brexit, y España tiene una “hoja de ruta” para abordar su compleja situación política. La historia está llena de estrategia­s fallidas y dramáticas pero todas ellas asumen un rasgo común: aceptar la complejida­d a la que se van a enfrentar.

Tener un plan es ver el éxito antes de alcanzarlo. Tener una estrategia implica anticipars­e incluso a los escenarios de fracaso que, irremediab­lemente, pueden producirse y encontrar otra salida. La política moderna parece desconfiar de la estrategia mientras celebra tener un plan, una “hoja de ruta”.

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