Como Conway por su Casa (Blanca).
Las iniciativas del presidente exigen recortes que dividen a los republicanos
Kellyanne Conway, consejera de Trump, se sentó con los zapatos en el sofá del despacho oval para fotografiar a un grupo de rectores de institutos y universidades de mayoría negra recibidos por el presidente.
El Partido Republicano de Estados Unidos ha asumido –aunque algunos de los líderes lo han hecho a regañadientes– la agenda política de Donald Trump. Pero hasta ahora el presidente sólo ha enunciado sus objetivos y una cosa es predicar y otra dar trigo. Las promesas de Trump implican un aumento del gasto y una reducción de los ingresos, lo que no cuadra con el eterno compromiso de los conservadores de reducir la deuda de Estados Unidos que se eleva ya a 20 billones de dólares superando con creces el 100% de su PIB. Trump ha anunciado su intención de aumentar en 54.000 millones los gastos de defensa, ha prometido invertir un billón de dólares en modernizar las infraestructuras obsoletas del país, quiere construir un muro en la frontera con México que, según los cálculos más pesimistas, podría costar hasta 20.000 millones de dólares. También se ha comprometido a sustituir el Obamacare por otro sistema de asistencia médica que incorpore a todo el mundo y además de eso ha prometido bajar los impuestos con una reforma fiscal que, según han calculado congresistas republicanos, obligaría a compensar una pérdida de ingresos de otro billón de dólares.
Bajar impuestos y aumentar el gasto militar es algo en lo que los republicanos siempre están de acuerdo si no es que exigen más. El senador John McCain ya ha dicho que el aumento de 54.000 millones para defensa no cubre las urgencias de modernización de las fuerzas armadas. Los problemas obviamente vienen cuando hay que decidir sobre dónde se recorta y en ese terreno en Washington ocurre lo mismo que dice el refrán de los de Sabadell: cadascú va per ell.
El anuncio de que el aumento de gasto militar implicará una reducción de hasta el 30% del presupuesto del Departamento de Estado ha provocado la inmediata protesta de 120 generales que advierten que “la diplomacia es fundamental para evitar las guerras” y, por cierto, mucho más barata que enviar tropas al frente. Los republicanos no protestan por la mutilación presupuestaria de la Agencia de Protección del Medio Ambiente, pero todas las agencias federales que trabajan sobre el terreno van a sufrir unos recortes que podrían resultar inasumibles en sus estados a los senadores y representantes republicanos.
El plan proteccionista estelar de Trump, gravar hasta con el 35% las importaciones de empresas estadounidenses afincadas en México, no sólo tiene en contra a todos los donantes del Grand Old Party. El senador republicano Lindsey Graham asegura que apenas diez de sus colegas apoyarán esa iniciativa. Bueno, Graham dijo más: “El presupuesto de Donald Trump morirá en cuanto llegue” al Congreso. “No va a suceder. Sería un desastre”.
Por no cuadrar, a Trump ni siquiera le cuadra la promesa de derogar y sustituir el Obamacare. Los republicanos llevaban seis años atacando la reforma sanitaria de Obama, pero han llegado a la Casa Blanca sin tener lista la alternativa que determinará el presupuesto y todas las demás promesas y previsiones. La reunión de Trump el lunes con los gobernadores ya puso en evidencia las discrepancias entre los diferentes estados. Está bastante claro que la derogación no pasará de reforma y aunque se anuncie el acuerdo tardará meses si no años en implementarse. El propio Trump reconoció el lío en que se ha metido: “Nadie sabía que la asistencia sanitaria podía ser algo tan complicado”.
El senador republicano Graham asegura que el presupuesto de Trump “morirá en cuanto llegue” al Congreso