Luis Enrique opiáceo
La información es una industria que no suele discriminar ni hallar el equilibrio entre la relevancia de una noticia y la repercusión que en general le otorgamos. El miércoles por la noche, cuando Luis Enrique anunció que no renovará como entrenador del Barça, alteró las agendas y propició un tsunami de actividad que debería invitar a reflexionar incluso a los que somos simultáneamente entusiastas del fútbol y adictos a la actualidad, tan frívolamente denigrada. De la adrenalina –auténtica o artificial– generada por la sorpresa destaca la dignísima indiferencia del protagonista, que evitó cualquier faramalla institucional y el subidón de vanidad lacrimógena tan habitual en situaciones semejantes. Coherente y desgastado, Luis Enrique preservó la honestidad paranoide de su perfil de individualista impertérrito para cortar de raíz el juego de especulaciones sobre su futuro y pasar el relevo al juego de apuestas sobre quién será su sustituto.
En el momento de producirse la noticia, el espíritu de la etiqueta última hora emergió como un resorte que, a base de utilizarse de modo inadecuado o temerariamente generoso, ya no significa lo mismo que antes de la revolución digital y de la competencia caníbal por la inmediatez. En una hora y media, los periódicos tuvieron que modificar sus criterios de apertura, editorial y lanzado para adaptarse a la noticia. Mientras tanto, las radios lograron que alrededor de las diez y media ya se hubiera repasado toda la trayectoria del entrenador y organizado un carrusel de opiniones y de eso que, para añadir pimienta a la salsa informativa, denominamos “primeras reacciones”. En pocos minutos quedó claro que cuando las noticias no tienen consecuencias dramáticas para nadie, la inmediatez es un género sensacional, casi de ficción. Es un simulacro de histeria organizada que nos permite sumarnos a una energía inofensiva en el contenido aunque formalmente invasiva. De modo que en apenas una hora Luis Enrique tuvo tiempo de comunicar su decisión, quitarse un peso inmenso de encima, ser interpretado por la vía rápida y con notable pluralidad de opiniones y, en una segunda fase, ser envasado al vacío para alimentar otros departamentos igualmente voraces de la misma maquinaria que hoy nos permite especular sobre qué hará y quién lo sustituirá.
¿Opio del pueblo? Sí, pero teniendo en cuenta el momento que vivimos no se deben menospreciar las ventajas evasivas del opio. Por eso, y para sumarme a los excesos provocados por la adicción social que representa el fútbol (y, por extensión, el Barça), propongo que el Barça contrate a (pausa tendenciosamente dramática) Jordi Cruyff como director técnico y que este nombre al entrenador que considere más adecuado para un cargo tan feliz y monstruosamente noticiable.
Teniendo en cuenta el momento que vivimos no se deben menospreciar las ventajas evasivas del opio